El redescubrimiento de América

POSTALES DESDE LA PATRIA BOBA

Es lindo ver a chilenos y argentinos como hermanitos, de turismo y shopping por el cíclope del turismo colombiano, Cartagena de Indias, una ciudad gigante que todos quieren ver solamente como un destino paradisíaco, descartando el otro ojo, la otra mirada, la de una ciudad cercada por la miseria y la desigualdad, con altísimos índices de prostitución infantil y de jóvenes, con una zona hotelera que no desacelera en su crecimiento y ahora se enfoca en la construcción de “hoteles boutique” que ofrecen habitaciones de hasta mil dólares la noche mientras en los barrios marginales que no aparecen en la guía turística hay familias enteras que viven el día con menos de un dólar.

cartagena

Pero el turista, extranjero o nacional, no tendría por qué verlo y cambiar su entusiasta plan vacacional de hotel boutique por unas deprimentes vacaciones en el complejo marco social de una ciudad hasta hace pocos años minada por los escándalos de corrupción, las malas administraciones, la violencia desatada entre pandillas, pequeños y grandes carteles de prostitución y tráfico de drogas; el turismo de “chala” (en colombiano “chancleta”, por tratarse de un turismo ligero, muy barato y asequible hasta para los más pobres de la clase media) y la inexistencia de una oferta cultural lo bastante amplia, atractiva e internacional como para demandar un flujo de otro tipo de turistas (solo hasta hace unos años al ya establecido Festival Internacional de Cine de Cartagena se sumo el internacional de música clásica y el Hay Festival). La cosa cambió, no hay duda, y hoy se habla de Cartagena como la gran panacea cultural de Colombia y Suramérica. Pero ver al cíclope por ese solo ojo es chovinismo y atenta contra la buena salud de lo real: hay que practicarle una rectoscopia para tener una visión completa de lo que pasa, que es lo que no le venden al turista dentro del paquete turístico, ni aquí ni en cualquier otro lugar.

Sobre sus callecitas coloniales, sobre sus corredores adoquinados y plazas con cafés y restaurantes pasan carruajes jalados por caballos y dentro de éstos montones de hermanitos chilenos y argentinos que se tomaron unos días para vacacionar y aprovechar el cambio de moneda favorable, por lo menos para quienes vienen de Chile, pese a que Cartagena dobla y hasta triplica en costos a la capital Bogotá y a cualquier otra ciudad de Colombia. Los coches, con ruedas de madera y un guía turístico que arrea al caballo y repite la misma información como un conmutador, los van llevando por estatuas de próceres, iglesias y viejas casonas en pie desde los años de la inquisición mientras los ocupantes con su poh y su che van empinando el codo con alguna botella de vino español y se congracian con la belleza del lugar mientras la capturan en sus cámaras.

Solo a una hora de allí, sumida por el contrario en una pobreza que ni el video ni la fotografía digital podrían retratar en todo su esplendor, a la población de San Basilio de Palenque pocos turistas llegan, en un año quizá uno que otro documentalista atraído por la riqueza cultural y musical propias del único pueblo libre de América, con su propio idioma y las historias de sus antepasados, negros que se le escaparon a la esclavitud para luego resistir en un asentamiento, patrimonio de la humanidad tanto como Cartagena pero sin un solo hermanito chileno ni argentino por sus calles de polvo y tierra porque no hay mucho que comprar ni mucho que ver no hoteles boutique ni hoteles de “chala” y poca cosa más que tamboreros, cantadoras y músicos que celebran la vida y la muerte con los únicos sonidos del continente que mantuvieron su base negra y nunca se mezclaron con españoles ni mestizos.


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