Opacidad del ánimo

CRÓNICA ADVERSA

Me levanté peor esta mañana, / tan peor que se me ocurrió esta idea, /

ya lo sé: / “No hay que tener ideas”.

Osvaldo Lamborghini

Lo bueno de no poder dormir por las noches es que uno así se evita despertar, que me parece (¡ay, ay, ay, ni albores ni pendencias de por medio!) que es una de las peores sensaciones que uno pueda experimentar dentro de los márgenes de lo cotidiano. Yo casi no duermo en la noche. En el día, ocasionalmente. Y es así como crecen, tentacularmente corroídas, mis ideas, en la fértil nunciatura de un insomnio que me impide abandonar esta tarea vulgar y repetitiva, deshonesta en su sino, digna por lo indigno. Fabulación precoz, en definitiva.

Opacidad del ánimo 2

Aquí no cabe la posibilidad sino es malentendida (porque no se abjura por descarte); se asume el peso inerte del refrán o la oración. Se deleita uno como un espectador más de una pantomima destinada a perecer bajo su propia ineficacia y hay, en este sometimiento intrínseco, un leve sentimiento de autocompasión que se revela mofa o delirio en la nocturna impaciencia del nombrar obsesivamente aquello que no tiene nombre. Se pasa el tiempo así, y es triste. Triste como un enfermo lleno de vida o un niño absorto en el movimiento mecánico de su andador. Triste como la expresión de algunos animales que son abandonados por miserables que se proclamaron, cargando el delito de sus afectos, estúpidamente, sus amos.

Pero no dormir es circunstancial, sólo un leve atisbo de elocuencia del cadáver que cargamos con orgullo y parsimonia. Es un pelo de la cola. Lo que verdaderamente aumenta el ardor de la imposibilidad del sueño es la conciencia de permanecer. De avanzar, pese al evidente retroceso. No dormir el sueño de los justos, de los hombres de trabajo, de aquellos que, conforme a sus expectativas, han labrado impunes la mentira de sus vidas.  No dormir para no poder eludir la reflexiva insinuación del cansancio. No dormir y así negar la matutina insatisfacción del quehacer vano. No dormirse en los laureles. Dormir de vez en cuando. Arrebujarse en el día insípido para descartarle y restarle a su luminosidad la fría maraña de elucubraciones que tiñen su paño maltrecho: un perfil obsequioso, merecido como una golpiza, arrimado a una orilla imaginaria, distinta y distante: nádir y cenit; galimatías.

(Y en el sueño que levanta su revolver, erguido como un mástil, tan real en la vigilia, sólo se proyectan los anhelos y el fracaso, la lujuria y el perverso sonsonete de una conciencia que se entromete, dando palos de ciego, para justificarse, animando una sublevación ficticia y de por sí amputable, sin siquiera hacer del hombre su objeto. Una paradoja sobre otra y así hasta el infinito: una broma de unos dioses improbables; una literatura mistificada por el psicoanálisis; una caricia cómplice revelando nuestra debilidad y todo lo antes señalado…, más un etcétera).

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