Una reflexión en torno a Senilidad, de Ítalo Svevo

Esta novela del maestro Triestino, que pasó casi inadvertida el año de su publicación, en 1898, sobre un celópata siempre acongojado, aspirante a escritor, de vida gris (compartida con su neurótica hermana), es cumbre dentro del concierto de la novela europea del siglo XIX. Impulsado en Francia, luego de un tardío reconocimiento, entre otros, por James Joyce, llegó a ser comparado con Dickens, Stendhal y Tolstoi. Senilidad, novela de tonalidades levemente rurales, posee la grandeza, casi cinematográfica, de revelarnos a un personaje que va borrando permanentemente los propósitos que le permitirían glorificarse en el amor.

Con una disposición inquebrantable para el descendimiento, Emilio Brentani, alguien que en la pluma de Svevo no hace más que enseñarnos sus debilidades, realiza, con una sutileza enfermiza, el ejercicio de amar equivocadamente a una mujer idealizada por su propia perversión. Sus propuestas a Ange, diminutivo torpe para Angelina, siempre tienen doble fondo. Ahí donde pudo haber luminosidad, un gesto noble, se gesta la irrefrenable desidia, o inocencia, del trabajador de medio tiempo de una oficina de comercio de una Trieste que, en palabras de otro de los personajes, Balli, es “poco vivaz y poco artística”. Este Balli, amigo de Emilio, pintor de renombre, encarna todo lo contrario de nuestro angustiado protagonista: hermoso, fuerte, un seductor, en definitiva; y el confidente que, excepcionalmente, Svevo utiliza para desdramatizar la secuencia de equívocos a los que se ve entregado Brentani.

Angelina, vulgar, atractiva, siempre al filo de lo que se considera “correcto” para una muchacha, vive su vida entre mentiras y ocultamientos. Se deja seducir, cómplice de sus más bajos instintos, por los muchachitos de una pequeña burguesía marcada por una religiosidad burda y decadente. Las propuestas matrimoniales son acá, de preferencia, para desatar las pasiones que afloran en un inexistente negociado. La mujer es subyugada y el hombre, marioneta de sus instintos, reducido a su condición de animal.

Svevo se detiene en un primer plano que permite proyectar las obsesiones de los dos personajes principales, pero, en el momento del clímax, diluye intencionadamente el caudal de tormentos al que se ven sujetos ambos, mostrándonos los atardeceres de Trieste, las calles y los paseos, la sordidez de las tabernas, la fiesta de la cuaresma o el espectáculo de una ópera de Wagner.

Es interesante que en los albores del psicoanálisis, este autor fundamental, esbozara en sus personajes (casi con carácter clínico), la neurosis y el aislamiento, la enajenación y el delirio que, posteriormente, sin moralejas, pero no sin menos fabulación, Freud transformase en objeto de estudio.

Sin grandilocuencia, Ítalo Svevo desnuda a sus contemporáneos, a una sociedad en pugna con la técnica y resueltamente capitalista, enseñándonos con maestría a narrar sin ser cómplices de nada, y de nadie.

Las expresiones en cursiva son del prólogo de Alfonso Calderón para la edición de Senilidad de la Editorial Nascimento de 1979.

Por Carlos Peirano

Un comentario a “Una reflexión en torno a Senilidad, de Ítalo Svevo”

  1. temulentia Dice:

    Gran obra en la tradición de chicas que la llevan… ¿Angiolina? pertenece a la tradición de Manon Lescaut, una delicia. Cuando la leí, sentí el sabor al Proust que se enfrenta a Gilberta y Albertina, encarnación de la incomprensión entre los sexos, del súcubo, al misterio del puzzle que no resolverás (pensemos en Justine y Mountolive, de Durrell)porque no tiene sólo una solución.
    Por ley de asociaciones, otra del mismo clan: El angel azul, del hermano del top. O La mujer leopardo, de Moravia.

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