La melodía vergonzante

CRÓNICA ABYECTA

Poseo el don de obviar la superchería de las inspiraciones, del talento y el majadero sonsonete de la sensibilidad artística. Cultivo la frialdad; hago de mi lencería un prolegómeno; burlo mis inquietudes. Voy por la vida ocultándome y, sin embargo, tengo el descaro de proponerme como alternativa a la escritura sosa de los medios tradicionales. Por lo mismo voy borrando con el codo lo que escribo y me lamento como una debutant del gran teatro de las insignificancias, por que me aburro con una facilidad de antemano condenable. Son pocas mis condecoraciones.

La melodía vergonzante

Mi terno lustroso, disfraz de hombre, las opaca y memoriza: les culpa de una agitación que tiende a perderse. Soy tan antiguo como estas manos que teclean, monótonas, en la máquina que escupe, con una vanidad inquietante, estos delitos ejemplares; menores como mi arrebato. Soy el monstruo que mis padres esperaban ver crecer, el peor alumno de la clase, el yerno de Chile. Mis opiniones, que tienden a verse atropelladas por mis malas intenciones, son tanto o más burdas que las de los escritores que detesto: de ellos y, sobre todo, de los aprendices que acá en Valparaíso debiesen tener un sindicato. Del terror, por cierto. Una fauna de borrachines que juegan al luche con el lenguaje en sus paupérrimas vociferaciones. Versificadores angustiados que, dando tumbos, pretenden parecer genios o un sucedáneo de aquello que en sus pobres aspiraciones logra salir a flote. Las vedettes, los titiriteros y los enciclopedistas de la miseria rampante: transfiguración doble de la imbecilidad y la ignorancia.

La melodía

Los peores, en todo caso (y que no suene a excusa para las groupies de las tertulias que organizan en torno a un fuego que palidece), son los que lucran con los anhelos de estos simios pudibundos. Las editoriales porteñas que venden ilusiones al puñado de papanatas que pretenden trascender empastados dentro de un libro que nadie leerá. Los editores cool, poetas y escritores de medio pelo, ladronzuelos de poca monta, que tapizan con basura las estanterías de las pocas librerías que existen en Valparaíso.

La melodía def

El impuesto al libro, en esta práctica no curatorial, sin un fondo temático, se justifica por sí solo. De hecho, debiese aumentarse. Los eternos pretendientes de la literatura, los bohemios que acusan desinterés por parte de la ciudadanía y las autoridades (he incluyo a quienes, esclavos de su profesionalismo, se dan la paja de escribir sus memorias cifradas por el carácter idílico del verso, o la peor prosa, con el neologismo de la auto publicación (especie de egótico onanismo)), debiesen subvencionar, a través de sus publicaciones (que son como las emergencias sanitarias), el de otros aspirantes igual de miserables en sus planteamientos, en su orgullo creador, para que terminasen todos, en una orgía detestable, por morderse la cola y envenenarse.

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