¡Aquí habían indios, no santitos franceses!

ESCARBANDO LA PATRIA

Origen del popular barrio San Roque de Valparaíso confirma nuestra identidad cultural violentada y aplastada por el “viejo mundo”.

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El cerro es mío, y le pongo como quiero”. La frase – burda – revela un mandato patronal que se arrastra desde la colonia con su comercio, su catolicismo, su propiedad de la riqueza y de la tierra, imponiéndose a sangre y fuego en nuestro continente. La historia en Latinoamérica es una violación de principio a fin, partiendo por la religión, las tierras, el trabajo y el capital. Un avasallador avance con carabinas, cañones y torres, que después fueron tanques, aviones y toques de queda en todo el territorio. La historia de nuestra América es el drama de una población sometida periódicamente a trágicos baños de sangre ordenados por disciplina militar y religiosa.

Valparaíso no es la excepción.
La ciudad cultural de Chile, al igual que su abuela América Latina, también fue concebida por comerciantes, militares y terratenientes. La “identidad porteña” tiene que ver más con Pedro Montt y la Armada, que con los artesanos y zapateros anarquistas. Por ejemplo, no existe en nuestra ciudad ninguna escuela con el nombre de Pablo Neruda, Gabriela Mistral o de alguno de los poetas locales ilustres como Carlos Pezoa Véliz o Juan Luis Martínez. Pero sí existe una escuela llamada “Carabinero Pedro Cariaga” en Playa Ancha. La historia la escriben los vencedores, y también los nombres de las calles, los nombres de cerros, de los barrios y las poblaciones, como el caso de la antigua Salvador Allende de Viña, que en 1973 pasó a llamarse “Glorias Navales”. Para qué hablar de la “Gómez Carreño”, cuyo nombre recuerda al tristemente célebre militar que tras el terremoto de 1906, instituyó los fusilamientos masivos de saqueadores y la exhibición de sus cuerpos en las plazas públicas.

Volviendo al Puerto, la calle y quebrada “Elías” es otro caso.  Lleva su nombre porque esos terrenos fueron “regalados” por Pedro de Valdivia a Juan Elías, un piloto que venía en un barco (“El Santiaguillo”) y que en un afán de grandeza le puso su nombre a la quebrada. Y punto. Su calle está en el corazón patrimonial de la ciudad. Lo mismo pasa con la vecina y concurrida “Cumming”. La calle lleva el apellido de un comerciante que fue fusilado en ese lugar en la guerra civil de 1891 por intentar sabotear los pocos buques que se mantenían leales al Presidente Balmaceda. ¿Se trata de un héroe? ¿Para quién sería?

Es esa voluntad cultural la que se hizo patrimonio de la humanidad sin detenerse nadie un segundo a revisar que en realidad lo que se celebra de Valparaíso es su parecido a ciertas ciudades europeas. Eso les encanta, eso lo aplauden, la huella del inmigrante europeo en Valparaíso, a despecho de los indios que tuvieron que arrancar del hombre-caballo y de quienes sólo nos queda un venteado Con-Cón y una pavimentada Cochoa, como rastros de lengua nativa.

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UN SANTO FRANCÉS EN VALPARAÍSO

¡Pero si aquí habían indios, no santitos franceses! La frase se me quedó clavada hace algunos años. La dijo un caballero antiguo en las afueras del estadio O’Higgins. El señor al parecer venía saliendo de una cervezería del sector y discutía a viva voz con otro señor que le decía “baaa, baaa”. La anécdota sirve para escarbar en el origen del nombre del popular barrio de San Roque en Valparaíso. Simplemente se debe a un antiguo genovés que, consultado por el dueño de los terrenos, propuso bautizar el sector como el patrono de su pueblito natal en Europa.

“Don Pedro Mackenna quería darle un nombre a su población y consultó para ello al más antiguo propietario, el genovés Senarega. Este recordó que en su pueblo natal se hacía una hermosísima fiesta en honor del santo lugareño: San Roque. A don Pedro le gustó el nombre y sin más trámites bautizó su barrio como San Roque, denominación que se ha conservado hasta nuestros días sin que jamás haya existido allí una iglesia, capilla o imagen siquiera consagrada al santo”.

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Esta cita, extraída del libro “Valparaíso, lugares, nombres y personajes”, del profesor Leopoldo Sáez Godoy, refleja el curioso origen que tuvo el nombre de uno de los barrios más populares de Valparaíso, ubicado al final de la avenida Argentina, subiendo por la calle Washington, en el límite con el cerro O’Higgins: San Roque. Esta tradicional población está ubicada entre los caminos nuevo y viejo a Santiago y el mirador O’Higgins, que se encuentra en la parte más alta del cerro, donde existen muchas huellas ligadas a la historia oficial de Chile. Por ejemplo, existe un mirador que sería el lugar exacto donde Bernardo O’Higgins contempló a la primera escuadra abandonar el Puerto el 10 de octubre de 1818, ocasión aquella de la célebre frase “de esas 4 tablas dependen los destinos de América”, que tanto gusta a profesores y académicos.

Además, según el trabajo de Sáez, en San Roque, O’Higgins hacía un acostumbrado descanso del fatigoso viaje desde Santiago a Valparaíso en “El Almacén Azul”, lugar donde era atendido por una cariñosa “bolichera” llamada Carmen Fuentes Peralta. Todo un gozador. El almacén mencionado pertenecía a Fortunato Seranega Crovetto, el genovés responsable del bautizo del barrio con el nombre del santo, y que llegara a Valparaíso a los 13 años de edad. Él fue simplemente el primer comprador de una serie de paños de terreno puestos a la venta por Pedro Mackenna, personaje que decidió vender su propiedad (casi todo el cerro), subdividiéndola en pequeños lotes.

Fueron estos pedazos de tierra los que lentamente comenzaron a formar el barrio, que antiguamente era muy conocido por sus quintas de recreo. Algunos de estos lugares aún permanecen en el recuerdo de los porteños de más edad: la de Don Lucho, de los Urtubia, la Santa Rosa, la Santa Justina, y la de los hermanos Martínez, sitios de cocina chilena y rayuela. ¿Y del santo? Nunca nadie supo nada.

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En honor a la noticia, diremos que el santo Roque es de nacionalidad francesa; vivió entre los años 1295 y 1327; es el patrono de Sestri, ciudad italiana, y tiene un templo en la Rue Saint Honoré en París. Su festividad se celebra los 16 de agosto y es patrón de los solteros, las enfermedades del ganado, los perros, las epidemias; ayuda contra las acusaciones falsas, a los inválidos, a los dolores en las rodillas, las epidemias y plagas, contra la peste, enfermedades de la piel, cirujanos, adoquinadores, pedreros y marmolistas.

Este tipo ni siquiera supo que existía Chile, pero de todas maneras, una población entera, donde viven y transitan miles de personas, lleva su nombre. Similar al caso de la avenida Pedro Montt, que recuerda a un Presidente que permitió y avaló la matanza de Santa María de Iquique, donde murieron 3.000 obreros y sus familias. Ese parece ser el destino de nuestra memoria colectiva, de nuestra identidad cotidiana. Caminar por las calles de los vencedores y resignar nuestra estética reivindicativa de un ser humano más fraterno, acostumbrándonos a las proezas y creencias que sangre mediante hicieron ricos a europeos, sacerdotes y militares.

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Fotos: Niños de la Escuela Jorge Alessandri en el mirador O’Higgins de San Roque, presenciando una ceremonia de celebración del Año Nuevo Mapuche.

Por Lafferte

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