La consolidación del arrebato
CRÓNICA MEDULAR
Hablar por hablar es la única liberación
Novalis
Este impacto mediático tardío, en relación a los abusos que cometen algunos integrantes de la iglesia católica, fruto de la condescendencia y la complicidad de los medios tradicionales de nuestro país, cala hondo en quienes ven, a través de su fe inquebrantable (de su ilusión luminosa), al dogma en entredicho. No es de extrañar la férrea defensa que, vía Vaticano, realizan los fanáticos más obtusos.
No es, por estos días, nada extraño el paseo de religiosos por canales de televisión y radioemisoras privadas apelando a la buena fe y a la comprensión de los fieles. (Y aquí, me van a disculpar, las palabras de buena crianza no sirven para nada). Las víctimas estandarizadas por el drama que les ciñe al guión del sufrimiento compartido claman justicia y los victimarios, ancianos de ilustre casta, familiares directos de la santa inquisición, adeudan en recursos de amparo a la feligresía que, domingo a domingo, deposita su limosna en una urna manoseada por los monaguillos. Manoseada como estos niños que son hombres, ahora estigmatizados, que dan la cara; que asumen una culpa trascendente: la del pecado original de otros (por lo original, me digo).
Llama profundamente la atención esta defensa corporativa a nivel mundial que se realiza de estos criminales, no sólo por el Vaticano, sino que, por la comunidad de creyentes. Llaman la atención las medidas que ha tomado la iglesia a nivel global, teniendo en cuenta su galopante homofobia, su desprecio por la diferencia, su teológica herradura bullendo como una svástica de los últimos tiempos. Los sensatos jesuitas, discordantes, nos dicen que la crisis es una oportunidad; los expertos en derecho canónico nos dicen lo contrario y los legionarios de cristo, enmudecidos, dan prueba de su elocuente silencio.
El perdón de la iglesia chilena, nos dicen, es un paso. ¿Un paso de baile? ¿Un paso atrás, o uno adelante? No me interesa lo que diga el cardenal Errázuriz ni lo que diga monseñor Goic. Me gustaría verlos actuar con firmeza y responsabilidad frente a quienes, indefensos por su edad, por su condición social o lo que sea, han depositado su confianza en la iglesia del Ungido donde debiese primar, según sus propios dictámenes y preceptos, el amor por el prójimo.
El improbable resurrecto, milagroso a más no poder, hoy, sin ninguna duda de alto vuelo, debería estar dando lecciones de ética en un colegio de Las condes, condenando, de soslayo, los abusos de sus discípulos, castos de refilón, como la curia y las altas esferas de este conglomerado destinado a mercantilizar su obra inexistente. Su círculo cercano, ficcionando, nuevamente, debería a Judas darle las disculpas del caso. Y no ironizo, soy incapaz de tal cosa. Sólo me cabe preguntar, en silencio, en mi nocturno padecer, tan distinto al de los mártires, ¿cómo es posible que a los homosexuales se les tilde, encasille y discrimine en función de las culpas de quienes integran una comunidad que les ha marginado? ¿Cómo un católico divorciado no tiene el derecho, inalienable, a mi parecer, de recibir el cuerpo de Cristo en la misa a la que asiste como fiel; hecho a imagen y semejanza de su creador? ¿Cómo es que un país que se considera en su mayoría católico guarda sepulcral silencio frente a tamañas barbaridades, sin levantar la voz, volviéndose cómplice de una tropa de criminales con alcances internacionales? Y, finalmente, ¿por qué la tardanza, el descaro, la negligencia, en el actuar de una iglesia que le debe respeto, y una recíproca confianza, a su comunidad?
Por Prudencio De María
Mayo 19th, 2010 at 11:29 pm
Éstas son no mis asombrosamente más, sino gracias.