Textos inéditos de Carlos Peirano (de su libro, intitulado, De Continuum)
La elocuencia del silencio se ve apabullada por el lenguaje.
Impostor de lo cotidiano, en el más completo abandono me deleito fracturando, con
mis dudas, la sostenida, y muy probablemente irreversible, necedad de mis contemporáneos.
La rutina se celebra con el tedio
asimilado, con sus garras obsoletas
de paciente segundona
que ufanada en conciliarse
con mis noches se bosteza (¡la muy
bosta!) el sesudo devenir
de mi arrogancia.
Lagrimea mi terrosa ineptitud,
todo lo que hallo a expensas
del camino, del retorno
que se crispa, como el nervio,
en mi frondosa laxitud.
Maldigo mi horario, la cumbre de la certidumbre.
Lodo mío, multitud, párrafo
enervante que me signa
(múltiplo del hombre o de su sangre),
difícil puntuación;
así habré de tenerte, a resguardo,
sumido en el tormento:
en lo profundo de mi entraña.
Me duele todo, cualquier rostro, toda disciplina: la aurora contundente
y repetitiva; el flujo nácar de la muerte ensimismada.
De mi jaula pende un hilo, la sustancia
que los sables enternecen,
una miel que me reclama únicamente
en el encierro de la jaula
donde trazo con holgura
mis tejidos majestuosos.
El dolor es constituyente: una franja que cruza, con singular desprecio,
la inmediatez de la experiencia.
El oscuro engranaje del verso, su límite aparente, trabaja en mí
(lúcida procacidad atada a la materia) para deshabitarme.
Coma hirsuta, tenaz plagiaria,
un paréntesis me abres (fino estribo),
silenciosa en la nudosa trama
de una página que llora a costa tuya,
caro receptáculo del movimiento;
brecha mal habida.
Culpa heredada (pecado original): raíz y cimiento de la enfermedad contemporánea.
Al arbitrio de la carne; a disposición del vacío.
Algo nace con los labios,
en la prorroga alentada
por el brío del suspiro,
en la rúbrica vocal
de quien no asiente.
Balbuceado fuego, inmersión;
de exiliado queda el tino, la respuesta
y la palabra: el castigo
de una llama que ha perdido
con su hoguera, la esperanza
del escarnio.
Ambos, sogas de una misma orilla,
lazos sin ancestro perpetuando
este rencor, la inmaculada frialdad
que nos distancia, acercándonos,
conocemos del amor su peor cara.
El virtuosismo anula en su expresión a la música.
Enrojezco, se consume,
de esta piel que guarda de su ancestro
el fuego y la pedrada,
al libar en soledad, tristemente,
mi carbón pretérito.
Enmudezco, harto de mi sombra,
bajo el día que comienza,
aceptando que esta costra pese
lo que pesa el calendario.
Es la eternidad lo que merezco, no una lápida.
Escogido ramillete, ilusión,
cuaja en tus aromas el color de la estación
que se despide abanicando su certeza,
la brusca levedad de este descenso
anticipado en tu belleza,
en el ardor de mis espinas que recorren,
por tus tallos, el esbelto manantial
de esta vida que nos pierde.
Estremecerse, con una voz que viene de uno, viajando y temiendo,
al oírse; al dar cuenta de un hecho.
Hoy, sin más, en la prematura disección del día, mis párpados cansados
han obviado las vallas de una claridad aparente.
Halo de misterio,
pretensión;
pulcro sortilegio,
decepción.
Fuera, el aleteo imperecedero que, evitando la acumulación,
se devela escaño y epítome de lo cotidiano;
dentro, en la habitación del espíritu, la duda insoslayable.
Gólgota: vestidor del designio.
Septiembre 4th, 2010 at 12:02 am
excelente la poesía del gordo chochan, destacable como siempre, saludos,
El tío Dampe