La Paz en llamas

CRÓNICA

Érase Bolivia, éranse unos días innombrables, con adoquines en las calles, cocinas al paso, encuentros por doquier, víspera de carnavales y la aventura a flor de piel… y ahí estaba yo, ni astuta ni ingenua, pero con ansias de saborear cada emoción en su máxima intensidad y, confieso, con un extraño afán coleccionista: cada mirada calentona, cada bulto en la entrepierna, cada sobajeo afiebrado pasaban a formar parte de una minuciosa lista de objetos encontrados. No fueron pocas las prendas que se anotaron en el inventario.

Por cierto, conocer viajeros era la orden del día y el flujo turístico facilitaba la tarea y engrosaba la lista en la ruta del deseo… y así aparecieron ellos, una pareja de amigos divertidos y callejeros, uno casi poeta y el otro casi actor y entre chiste y cerveza, entre porro y risotada acordamos alojar los tres en una pieza de hotelcito a medio terminar.

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Allí el delirio alcanzó para todos y la ridiculez de unas camas de media plaza fue la excusa perfecta cuando propuse jugueteando: “a que no cabemos los tres en una”. El desafío y el fuego de un licor inconfesable bebido de la botella hicieron que una lengua tocara mi cuello ansioso, cerré los ojos y esperé por más. Estaba de costado, flanqueada por ambos lados. Dos manos arrastraron mis pantalones, unos dedos largos recorrieron la humedad de mi entrepierna, que se abrió espléndida. Entre besos desaforados recibí el primer empujón duro y firme, él ya estaba dentro de mí y yo gemía gustosa. Volví del olvido al sentir una respiración agitada en mi cuello y la misma lengua que buscaba mi piel en llamas. Entonces ofrecí impúdica lo más tibio de mi humanidad, cogí su pene con mi mano hacia atrás y lo ubique en mi ano. Esta vez apreté mis parpados con fuerza y sentí el vértigo profundo mientras un aullido escapaba de mi boca jadeante.

No se cuánto tiempo pasó en este enjambre borracho de cuerpos incandescentes en un camarote de campaña, que se mecía al ritmo impetuoso de un revolcón de gatos. Jamás abrí los ojos y nunca supe a cual de los dos pertenecían las manos, lengua, piernas, mordiscos que me arrebataban… Sólo recuerdo claramente que, más tarde, al asomarme a la ventana vi que en un cerro de La Paz salía el humo negro de un pequeño incendio en la distancia.
Por Dona Cienfuegos

Un comentario a “La Paz en llamas”

  1. JACOB Dice:

    cada instante de pasion reflejada con pequeños latidos del corazon la carne transpformada en papel que se junta con la tinta para expresar poesia en unos segundos la tinta acaba con una mirada perdida acostada y desvestida solo a una ventana de estar dormida….

    gracias por tu viviencia….

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