Miss entrañas

CRÓNICA ABYECTA

“Al que le duelen los huesos como a mí, sólo tiene que pensar en mí”. Antonin Artaud.


No existe experiencia más enriquecedora
que ir a meterse a un mall. Ahí todo es cordialidad y descuentos, delirio paranoico y vestidor de los más superfluos anhelos: un revoltijo devenido pasarela, una pasarela para los compradores compulsivos. Casi imagino una estancia, un nuevo monasterio donde las culpas se pagan empuñando un pedazo de plástico. Todo muy encantador, pulcro y repulsivo. Lleno de guardias de seguridad que se sublevan frente a sus castradoras madres, ante las cámaras que todo lo controlan, frente al espejo de nuestras propias perversiones. Un lugar ideal para ir de vacaciones. Un santuario para regocijarse con la nada despreciable suma de colorantes y mierda patentada por las grandes cadenas de comida chatarra.

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Un síntoma de fábula necesitamos todos, engullir y pensarnos. Ir a vernos la cara de raja: esa vomitona que los iluminados llaman leyes de mercado. Y no olvidar lo que somos, lo que dicen que somos. No olvidarse de la educación que el Estado proporciona para enumerar a sus esclavos, para archivar sus sensaciones, para diseminar su perorata de aparentes igualdades.

Vamos comprando, carajo, esta vida que ofrece el disgusto de ser la contraportada de la muerte. Vamos amparando a quienes, desposeídos, son víctimas de nuestros sueños deformes. Igualemos las cifras haciendo la invertida como lo haría un gimnasta investido con los harapos del ecúmeno nacionalismo en boga. Vamos de la mano jactándonos de nuestro abismo, del pendón que desinforma, de la bulla que a nadie enardece. Escupamos, en última instancia, la rabia advenediza del desastre superado.

Yo, que me odio profusamente, me odio en privado. Quiero tener una casa con cerca eléctrica, piscina temperada y un automóvil que me diga buenos días. Quiero un horno microondas para cremar judíos, gitanos y chilenos. Un refrigerador que haga hielos mientras le pego a mi señora delante de mis hijos. Quiero muebles donde pueda embalsamar mis recuerdos. Un closet enorme para poder salir a diario. Un jardín para torturar a mis perros y gatos. Un baño donde mi sangre ausculte al cloro y al sopapo. Un garaje para masturbarme, un altillo para olvidarme que existo.  Quiero eso y más: quiero ser comprendido, amado y despreciado. Quiero que me corten las alas que nunca, los reformadores profesionales (el profesorado), pudieron cortarme. Quiero, en definitiva, ser como todos ustedes.

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Por Carlos Peirano

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