La vida non sancta de Portales

LITERATURA

Jorge Guzmán cuestiona la historiografía oficial, mostrando un ministro lleno de ambiciones personales, despótico y autoritario. La ley del gallinero, Jorge Guzmán. Sudamericana, Santiago, 1998. 392 págs.

La recreación de la vida de personajes de nuestra historia se ha puesto de moda en el último tiempo. Personalidades como O’Higgins, Carrera y Rodríguez han sido retratadas en la pantalla chica, provocando una pequeña polémica entre historiadores que consideran que su disciplina es una ciencia irrefutable e inmaculada. Pero más allá de las intenciones de la industria televisiva y de los celadores de la memoria histórica, lo interesante es la posibilidad que se está abriendo, en esa verdadera plaza pública que es la televisión, de poder cuestionar ciertos discursos hegemónicos.

En el trasfondo de esa discusión está la difusa frontera que separa a lo real de lo ficticio, entre lo que es verdadero y lo que es falso. Nos han acostumbrado, y así también nos han enseñado, que la Historia es la depositaria de la verdad y la Literatura (el arte en general), de lo falso. Sin embargo, el discurso histórico y el discurso literario son sistemas de comunicación que se definen y se reconocen por su función sociocultural, que se construyen mediante un doble código: el lingüístico común y otro específico fijado por la propia comunidad que crea, define, interpreta y usa esta clase de discursos.

1

Aceptar que la Historia es una narración, nos lleva a situar este tipo de discurso en el mismo nivel que el de la ficción; la distinción está en que la novela tiene unas posibilidades narrativas que le están vedadas al discurso histórico. Algo que bien sabe el escritor Jorge Guzmán (1930), quien en su novela la Ley del Gallinero desacraliza al ministro Portales y de paso desmitifica a la Historia como discurso verdadero y absoluto.

Una de las formas discursivas que ha adoptado la Literatura para cuestionar la hegemonía de la verdad ha sido la Novela Histórica, que intenta a través de la impugnación, la parodia, la ironía, la deconstrucción, el anacronismo o la simultaneidad de un pasado, una visión menos totalizadora del mundo. De ahí que el factor verdaderamente llamativo de este subgénero sea la tensión entre ficción y realidad.

La Ley del Gallinero aborda la polémica personalidad de Diego Portales y Palazuelos, ensalzado por los historiadores conservadores como el constructor de la República, cuya imagen también fue utilizada por la dictadura de Pinochet como símbolo del orden y la austeridad, a pesar de que el ministro fue un férreo adversario de la participación de los militares en política y su vida no fue un modelo de rectitud.

La historiografía nacional asocia el nombre de Portales con la actividad política y comercial. Para los sectores conservadores, el ministro fue el organizador del Estado chileno a través de la redacción de la Constitución de 1833, el saneamiento del déficit fiscal y la disminución del poder político de los militares, entre otras medidas.

Jorge Guzmán, sin embargo, se atreve a cuestionar a esta historiografía oficial mostrándonos a un Portales lleno de ambiciones personales, de un actuar despótico y autoritario, y de costumbres reñidas con la moral de su época, sobre todo en la relación amorosa que sostuvo con la aristocrática Constanza de Nordenflycht.

La novela está dividida en cuatro partes: Tiempos del monopolio, Tiempos de los liberales, Tiempos de los pipiolos y Tiempos de la revolución conservadora. De esta forma, el autor, junto con retratar la época de comienzo del siglo diecinueve, construye un mosaico de personajes, todos ligados a la figura de Portales, cuyas voces narrativas nos van revelando una imagen bastante alejada de la que construyó la historiografía. Esta imagen desacralizada del personaje histórico también nos va develando que nada de lo que parece ser, lo es, y que quienes escriben la Historia siempre lo harán apegados al poder de turno y con fines no siempre vinculados a la verdad, sino que más bien a esa antigua ley del gallinero: el que está arriba siempre se caga al que está abajo.

RECUADRO

La revolución conservadora

“Repitió lo que repetía por todas partes. A él no le interesaban para nada las ideas políticas de la gente, siempre que no fueran malas. Lo importante era la calidad de cada cual. Hasta ahí, parecía realmente dispuesto a persuadir a Freire. Luego, cambió ligeramente de tono. Le dijo con perfecta claridad que les convenía mucho a los triunfadores, al grupo de los estanqueros, contar con él a la cabeza del Estado, por su prestigio, su voluntad de bien público y sus muchos amigos. El país necesitaba hombres que suscitaran consenso, que tranquilizaran a los hacendados, a los financistas, a la Iglesia y los creyentes. Y ahí, claro que había un problema. El señor general se había mostrado siempre inclinado hacia los malos liberales, hacia los reformadores, hacia los hombres que despreciaban la tradición. Y entonces, soltó Portales la última enormidad: Todo lo que se le pedía al general era que aceptara las ideas de los triunfadores, que reconociese la necesidad de castigar severamente a los malos, con destierros, con prisiones, con la muerte si fuera el caso. Que reconociera que sólo así se conseguiría ordenar el país, darle una férrea estructura legal basada en el respeto a la tradición y a los hombres que merecían respeto por su fortuna, por su familia, por el bien que hacían a los pobres disciplinándolos, enseñándolos, haciéndolos trabajar ordenadamente”. (Págs. 326 -327)

Deje un comentario

Debes estar conectado para enviar un comentario.