La Virgen del Rocío
IDENTIDAD LOCAL
Tenía los ojos más hermosos de la historia del universo y una mirada melancólica donde se reflejaba el diluvio, con peces prehistóricos, calamares y galeones azules. Quizás por eso era imposible no enamorarse de ella y soñar con un simple beso bajo cualquier estrella.
Pero desapareció tan rauda como había llegado a mi vida y allí nació mi primera obsesión de amor, furiosa y desgarradora. Entonces no dormí en tres meses, porque cada noche me asaltaba la agonía de no verla nunca más. Despertaba empapado en un sudor denso y oscuro que alimentaba sin querer las arañas del antiguo cuarto donde cobijaba mis huesos espartanos. En esos momentos de angustia la veía nuevamente con su mirada virginal y aquella piel suave como la miel de arce y se arremolinaban en mi cabeza rostros, manos y besos de atávicas novias.
Pero el día menos pensado surgió desde las sombras, me desarmó con su mirada de niña y musitó algo así como: ¿te gustaría hacer el amor conmigo? No tuve tiempo de responder, sólo la vi encaramada en mi angustia entre rocas y estrellas de mar, ahí en Carvallo, ante la atenta mirada de Ruben Darío.
Creo, porque los recuerdos son brumosos y sólo sé que luego de montarme diez veces, desmontarse otras tantas y gemir quedadamente, como cormorán encinta, me miró fijamente a los ojos y dijo: Soy virgen y me llamo Rocío.
Creo, porque los recuerdos son brumosos.
Por Pato Peñaloza