Poética del desconcierto
EDUCACIÓN
Una mujer espera ser atendida en el hospital público; tras las vendas se percibe una profusa herida en la mejilla. Cuenta que está tratando de curar el daño dejado por un dentista al plantearle que su problema bucal era tan complejo de tratar que la mejor forma era operándola atravesando el rostro… Historia real que empuja a una pregunta real: ¿Cuántos profesionales casi soberanamente ineptos se están titulando por año?
Los acontecimientos más recientes -mas no por ello nuevos- relacionados con la demanda estudiantil moviliza los ánimos y los cuerpos; llenan de ideas las más jóvenes mentes… pero causan en aquellas que ya no lo estamos tanto y que nos desenvolvemos en el –literalmente ya- “negocio” de la educación, desconcierto e incluso cierto grado de pesadumbre ante la falta de claridad del panorama: ¿A qué se le llama “educación de calidad”? Lo pregunta alguien que ha aprendido a partir de la experiencia en colegios particulares, lo que es que compañeros de trabajo opten por cambiar notas y dejar a alumnos pasar de curso para no tener problemas con los apoderados y la rectoría porque no te adecuas a las “necesidades de la empresa”; a jóvenes que olvidan la rebeldía de la adolescencia cuando llega fin de año y disimulan ante la patética y recién concreta presencia de las instituciones de padres, que apenas entonces tienen tiempo de hacerse cargo de los que “dañan” a sus hijos “poniéndoles” malas notas y/o “haciéndolos” repetir, porque a ninguno le agrada reconocer que ha sido un progenitor despreocupado y que su nene, que además opta por la política del menor esfuerzo, no es ni pretende ser precisamente la lumbrera de la familia…; consulta alguien que ve diario estudiantes –no sólo de educación secundaria- que no son precisamente estudiosos y detestan que los hagan usar la mente: a muchos les interesa la vida fácil y la prueba simple; con contenidos aprendidos de memoria o que, por favor, quepan en un torpedo; a quienes parece no les atañe aprender sino aprobar ramos; que califican a quienes les hacen clases en las evaluaciones docentes a partir de la emotividad; para quienes, en fin de cuentas, el concepto “cultivarse” se relaciona con los vegetales (con suerte con la leche) y nada más.
Siendo histórico que un Estado no otorgue a los pueblos verdadero acceso al conocimiento -éste otorga poder-, y que haya usado recursos que fomenten la estética de la evasión, por cierto bastante apoyada por la comunidad, plausible el sentimiento de traer a la actualidad la esencia del en verdad tan poco conocido anarquismo, llenándose el aire de la dinámica sensación que implica la utopía; un espíritu poético; el romanticismo plagado de metáforas relacionadas con la libertad, la igualdad y todo aquello; y que conceptos como “Pueblo”, “ejercicio de la soberanía” y “Nación” llenen de efervescencia las pupilas y aporten fuerzas para un decente y justo reclamo, esperanzado en que el mundo sea lugar más digno donde vivir; pero preguntarse si están las herramientas para responder con altura de miras a la demanda se hace fundamental para que este tenga verdadero sentido. Con una serie de trampas en el camino, ¿hacia dónde apunta la contienda? ¿A acceder a una mejor calidad de oportunidades? ¿De qué tipo? ¿A cambio de qué? ¿De construir mal menos edificios y diseñar mejores puentes para que no se caigan en seguida con un terremoto?
Es por ello que en una época en que pensar parece ser un verbo obsoleto, vale la reflexión acerca de que quizá la precarización está siendo inicial y esencialmente a nivel mental; y lo peor: de parte de varios de los que están marchando en reclamo por mejoras en educación. Se hace preciso darse un tiempo en medio del proceso para entender que la consecuencia y el compromiso por responder a una idea verdadera de calidad debiera ser fundamental trozo de la tela de la bandera de lucha que se enarbola en estas movilizaciones estudiantiles; y ojalá a partir de ese reconocimiento se logre algo real y perdurablemente efectivo para la mente y también para el alma.
Por Campanita