Incontinencia verbal
CUARTO OSCURO
La incontinencia verbal, esa que una vez desatada pone a todo y a todos en función de quien la sufre a fuerza de variaciones en el volumen de voz, de interrupciones varias, de innumerables pero escúchame poh, me parece que debiera estar entre las enfermedades Auge. No debe confundirse con quienes sólo son buenos para hablar y que más o menos cultivan eso que se llama conversación. Esta claro que para esto último se requieren algunas habilidades sociales que el incontinente verbal parece desconocer o ignorar abiertamente poniendo al personaje en cuestión en una situación paradójica semejante a la que nos sucede a todos cuando, de un lugar a oscuras (o a la inversa) nos pasamos a un lugar lleno de luz: no vemos un carajo.
Es que cuando alguien habla y habla como si en eso se le fuera la vida se corre el peligro de llegar a un punto muerto donde lo dicho pierde todo significado y no es más que un vibrar incesante de las cuerdas vocales. No se trata por supuesto de abrir la boca sólo para decir cosas sublimes o algo así. Todos hemos hablado huevadas sin sentido miles de veces pasando por el clásico que esta raro el clima ahh, hasta elucubraciones metafísicas varias, pero que en lo general no se transforman en peroratas de horas y horas angustiando a nuestros interlocutores (sólo espectadores para el incontinente en cuestión).
El punto es que tal incontinente verbal sufre de un severo desorden que le impide comunicar efectivamente algo a alguien cumpliéndose así la paradoja de que quien habla y habla y que incluso parece ser una persona llena de habilidades sociales por su capacidad de decir, sufre en silencio, y muchas veces sin darse cuenta, del raro mal de la incomunicación por exceso de comunicación, es decir sólo se escucha a sí mismo y es incapaz de escuchar al otro.
Por Patricio Conejero