La gitana del tren
FOGATA
Fue hace muchos años, en un tren nocturno que viajaba de Cádiz, el sur sur de España, a Madrid. Por azares de la vida, o más bien por la dejadez que nos llevaba a dejar todo para el último momento, nos vimos obligados a sacar pasajes en primera y a descalabrar un poco más nuestro ya exangüe presupuesto. La noche iba a ser larga, sentados y nerviosos porque a primera hora de la mañana debíamos estar en la universidad para dar un examen. En el compartimiento había ocho asientos y seis ya estaban ocupados. Cruzábamos los dedos para que ningún nuevo pasajero se subiera en la próxima estación y estropeara nuestros planes de recostarnos un poco y hacer el largo viaje más llevadero.
Justo entonces apareció ella, una gitana de pelo largo y negro recogido en una cola. Llevaba un niño en brazos, no recuerdo de qué edad, creo que de un año más o menos. Todos la miramos desconfiados cuando abrió la puerta con su pasaje en la mano, buscando el número de su asiento. No sé si fue que no queríamos más gente en el compartimiento o que nos pareció extraño que una gitana viajara en primera. Sin dudarlo un instante, todos asumimos que se había equivocado de vagón y como nadie la ayudaba a aclarar su duda, se fue en busca del revisor.
Al rato regresó, con el revisor. No estaba equivocada. El asiento 55, justo a mi lado, era el suyo y el del niño adormecido en sus brazos. Cuando se sentó, sentí que mi cara enrojecía: cómo podía haber sido tan poco amable con una mujer que se paseaba sola con un niño a cuestas, cómo podía haber sido tan racista de pensar que no era posible que una gitana viajara en primera. Sentí tanta vergüenza y desprecio por mi misma que no pude mirarla en toda la noche, menos hablar con ella. ¿De qué hubiéramos hablado esa noche larga en la que el tren traqueteaba rumbo a Madrid? Nunca podré saberlo. Muchas veces la recuerdo, con su pelo negro y su hijo en los brazos. ¿Qué pensaría ella de todos nosotros? Se la veía seria, no sé si triste ¿Le gustaría el flamenco tanto como a mí me gusta?
Por María Antonia