El yo jote

POESÍA

En la fauna natural es un ave carroñera. En la fauna humana es un pájaro de mal agüero, una figura indeseada y frecuentemente molesta, abundante en la mayoría de los círculos sociales. Y también es un trago miserable que mezcla el vino con coca-cola, o sea, todo mal con el jote, que sin embargo, en esta entrega de Osvaldo Angel Godoi (Tocopilla, 1973), levanta un alto vuelo en cuanto a voz poética y concepto identitario: una abreviatura del mal gusto muy bien contada.

31 J073, como aparece escrito en la portada del volumen editado por GS Libros, es un recorrido envolvente de 30 páginas donde se sitúan y revuelven varios conceptos en torno al buitre chileno, con gran acierto y una cuidadosa ironía que subyace como contexto para una poesía que se aleja de la mera descripción y se sitúa un paso más allá:

Ubicado al final de la cadena
alimenticia, el jote es mezcla híbrida
de humores fétidos y carne rancia,
sazonado con plumas, pico y cebo.
No es gárgola, oráculo ni esfinge;
es un plumero negro con sainete,
es un chorizo con bonete: un jote.
Charqui viviente, cebollero fino;
su insolación deriva en escabeche (…)
El jote es muy prudente con su dieta.
Espera que el gusano aliñe al muerto.

Como se lee, el objeto de estudio muta -con gracia y estilo- en espécimen, en actitud, en cualidades que orillan la lástima: “Brilloso el jote, piola, entero jote” (…) “Un Altazor quemado en pleno vuelo”. Así, página tras página, se va construyendo el pájaro social que al poco rato se devela -definitivamente- en rasgos reconocibles de nuestra identidad. El jote urbano, humano, el que quiere ganar, como sea, nosotros mismos:

(…) se nace jote, en todo caso.
Otros, se van forjando jotes, solos.
Dejar la jotería es nuestra hazaña;
Todos tenemos nuestro jote adentro,
su olfato, el ojo clínico, las garras,
la hediondez que de pronto lo delata,
la nulidad de esfuerzo frente al vuelo,
o la frialdad perfecta en las entrañas.

Valioso es el jote que habita en este libro. Y valiosa también la poesía que viene de la provincia, hace rato en gran nivel, sin devaneos de fanfarria. Una delicia esta fauna alejada de las metrópolis, territorios sobrepoblados de jotes, parafraseando a Godoi. Mientras, en la orilla mansa del acontecer litoral, “un jote viejo / confunde con carroña / su propia sombra”. Sorprende en ese sentido la conjugación del sentido de pertenencia y convivencia del personaje/ave y sus actitudes, con el rechazo al jote como presencia, lo cual da como resultado un no-homenaje, un no-gracias, pero si-somos. Algo de amalgama o cáscara nacional que está trizada y se asume como integrante de la fotografía diaria: una molesta identidad.

No buscamos jodernos a los jotes;
lo hicieron solos, hace mucho rato.
(…)
En resumen, según las experiencias,
si se te acerca un jote, asume el riesgo:
Estás pudriéndote, o quizá, ya has muerto.

(…)
En círculos concéntricos se agrupan,
pues en patota aliñan sus lamentos.
Antes que todo escarban en los ojos,
buscan lo que no está en la lengua, es algo,
un germen que comienza en la cabeza,
y abarca el cuerpo del cadáver, algo
muy superior al jote y su bestiario
-aunque el finado sea un topo, o un pony-
y tal misterio le hace eco en su ego.


el jote

31 J073, Osvaldo Angel Godoi, GS Libros.

Primera edición de 1.000 ejemplares en 2011.

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