El triunfo de la ordinariez

EDITORIAL

Las últimas elecciones legislativas realizadas en Argentina ratificaron el alza electoral de la alianza de derecha “Cambiemos”, encabezada por el actual mandatario de ese país, el empresario Mauricio Macri, quien obtuvo -al menos- el 42% de los votos. La coalición obtuvo importantes triunfos en varias regiones del país, siendo Buenos Aires el más significativo, principalmente por la cantidad de votantes y la derrota propinada a la ex presidenta Cristina Fernández, quien a pesar de perder frente al candidato de “Cambiemos” -Bullrich-, accederá igual a un escaño senatorial.

Lejos de sorprender, esta situación debe servir para retomar una discusión respecto a un concepto que se tiende a olvidar, pero que resulta crucial para comprender -y enfrentar- el momento actual de “derechización” del continente: la batalla cultural. Partamos por ese lugar común, bastante frecuente entre la gente “de izquierda”, y que señala que “la derecha” no tiene “grandes” referentes culturales. Acotando el tema a Chile, se advierte, por ejemplo, que los artistas más importantes del país han sido todos “de izquierda”, insinuando de paso que esa situación, por si sola, acarrea una ventaja política respecto a “la derecha”.

Gran error. Aun siendo mediocres, groseros y repetitivos, los referentes culturales de “la derecha” tienen más influencia que los de “la izquierda”. Y esto, que se relaciona directamente con el crecimiento de “la derecha” en nuestros países, tiene que ver con el absoluto control que ésta tiene del aparataje informativo-cultural, es decir, los grandes medios de comunicación y la denominada “industria cultural”, una fábrica de contenidos, estereotipos y pautas de conducta absolutamente orientadas hacia el consumo, la competencia, el individualismo y el exitismo material, todos valores funcionales al sistema neoliberal actual y que vienen siendo transmitidos a la población, sin pausas ni contrapesos, por más de 40 años.

Desde esta perspectiva, la derecha ha arrasado con la izquierda en la batalla cultural, aunque también es justo decir que ese triunfo, al menos en el caso de Chile, se debe casi exclusivamente a la aplicación de un terrorismo de estado brutal, que aniquiló física y emocionalmente el proyecto histórico de la izquierda chilena, que recién ahora, tras la irrupción del movimiento estudiantil de 2011 y la posterior conformación del Frente Amplio, ha vuelto a posicionar -masivamente- algunas de sus ideas orgánicas, como la crítica frontal al capitalismo y la disputa ideológica de algunas ideas base de la derecha -lucro, privatización de derechos sociales, modelo extractivista-.

Ahora, si al terror político sumamos la estrategia de despolitización realizada a través del currículum educacional -eliminación del ramo de educación cívica, disminución de las horas de filosofía, debilitación de la educación pública- y la criminalización mediática de ciertas organizaciones -sindicatos, anarquistas, pueblos originarios-, tenemos como resultado un terreno muy favorable para las ideas de derecha, incluso en sectores marginales y pobres.

Es que, precisamente, las ideas de este sector necesitan de una ciudadanía más ignorante que informada, más desconfiada que confiada, más competitiva que solidaria, más miedosa que libre. Y volviendo al punto inicial -la batalla cultural-, tenemos que el sexismo, la mediocridad, la ordinariez y el culto al “tramposo”, por mencionar algunos rasgos esenciales de la cultura derechista, lejos de ser factores negativos para la sociedad, constituyen ahora elementos positivos, siendo Piñera, el símil chileno de Macri, su mejor ejemplo.

Desde este punto de vista, no es erróneo señalar que los referentes culturales de la derecha no sólo existen, sino que han terminado por imponerse a los de la izquierda, a pesar de ser éstos grandes artistas y pensadores, algunos, mundialmente conocidos. El caso de Piñera refleja fielmente esta situación. Un personaje con prontuario policial, que cuenta chistes machistas, que cree que Nicanor Parra está muerto y que Robinson Crusoe existió, que piensa que hay leopardos en Chile y que en su gobierno no trepidó en manipular cifras para tergiversar la realidad a su beneficio, aparece según todos los sondeos como el candidato mejor perfilado para colgarse la banda presidencial.

Lo de Macri en Argentina es, en este punto, un aviso serio de lo que podría suceder en Chile con Piñera y su séquito de ex ministros procesados por la justicia. Es tanto el nivel de desinformación, que la comisión de delitos graves, como la corrupción comprobada de varios parlamentarios de derecha para aprobar leyes favorables al gran empresariado, como la ley de pesca -por nombrar sólo un episodio-, ya no son motivo de condena ni repudio. De ahí la importancia de la batalla cultural, que podría empezar a nivelarse, por ejemplo, con una ley de medios que garantice la pluralidad informativa.

Así, tras el triunfo del “Cambiemos” argentino, se encuentra no sólo el duro momento de una izquierda derrotada y anulada a nivel discursivo, sino también la aparición de una nueva moral en la sociedad, que, por ejemplo, no condena la delincuencia institucionalizada, pero sí la callejera. Ese es el gran triunfo de la derecha. Que la gente crea que el pobre es pobre porque es flojo, y que los inmigrantes vienen a quitar el trabajo a los chilenos, y que las mujeres buscan que las acosen por la forma en que se visten, y que los políticos son todos iguales así que da lo mismo quien gobierne porque yo “igual tengo que trabajar”. Por eso ganan los Macri y los Piñera. Porque su discurso encuentra un correlato cultural que los avala. Mientras eso no cambie, seguiremos virando a la derecha.

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