Voy y vuelvo: El velorio de Nicanor Parra en Santiago
ANTIPOESÍA
Miércoles 24 de enero. Doce del día. Un pequeño grupo de personas se reúne en las puertas de la Catedral de Santiago. Alguien alza una bandera mapuche. ¡Adiós hermano! ¡Adiós antipoeta! ¡Hasta siempre Nicanor! La proclama se expande y de pronto, como hormiguitas, llegan niños, ancianos y jóvenes. También hay extranjeros desorientados que intentan explicarse por qué hay tanta gente reunida, pero no falta quien responda: murió el antipoeta, tenía más de 100, era amigo de los más grandes escritores.
Pocos minutos después, las puertas del templo católico se abren: la familia Parra ya está lista para iniciar el velorio público del autor que falleció durante la madrugada del martes pasado. Colombina Parra, una de las hijas menores del escritor, se pasea entre los asistentes. Pone orden, busca que cada detalle esté en su lugar. De pronto, toma un micrófono y dice: “Las autoridades de la Catedral no quieren que se ponga música de Violeta Parra como quería mi papá. Si no nos dejan poner música nos vamos a ir. Nos vamos a llevar sus restos”.
Son minutos tensos. Las posibilidades de que eso ocurra son altas. La familia discute con los encargados del lugar. Al cabo de un rato, suena Violeta. ¿La canción?: Gracias a la vida.
El cajón del poeta permanece cerrado, pero con un peculiar detalle: un telar tejido por su madre Clarisa, un libro y una fotografía. También incluye un letrero: “Voy y vuelvo”. Al rato comienza la misa de las 12:30. Está presente la Presidenta Michelle Bachelet, quien se sienta junto al clan Parra. Luego, se suma el Ministro de Cultura, Ernesto Ottone. Casi una hora después, la ceremonia concluye. Cristóbal Ugarte, sobrino del poeta, recita: “De estatura mediana/ Con una voz ni delgada ni gruesa/ Hijo mayor de profesor primario Y de una modista de trastienda…”. Es el epitafio que el mismo se escritor se dedicó en 1969.
Luego, Colombina toma la guitarra y toca tres cuecas que su padre le enseñó. “¿Por qué al cura le suben tanto el volumen y a nosotros no?”, increpa. Mientras, en la fila para despedir al autor, uno de sus amigos espera paciente: es el escritor Jaime Quezada. En los ’60 ambos se conocieron. A partir de ello, iniciaron una amistad que trascendió con los años. En marzo de 2017 se vieron por última vez. “Nicanor Parra siempre fue muy generoso. Su casa siempre estaba abierta para la gente joven y para la poesía. En cada encuentro conversábamos sobre lo que estaba ocurriendo tanto en la literatura como en la vida ciudadana y pública también de Chile”, recuerda.
Quezada también dice que Nicanor siempre intentó alejarse del “mundanal ruido”, por eso se ubicó en dos casas bastante alejadas de la urbe: la de La Reina y la de Las Cruces. Pese a este alejamiento, Quezada insiste en un punto: “Él estaba muy pendiente de todo lo que estaba ocurriendo en su país y en el mundo entero, y en su casa igual, ventanas y puertas estaban abiertas a todos los aires, incluso las visitas eran frecuentes”.
La música de Violeta resuena fuerte. Se corea el Guillatún y El Albertío. A ratos pareciera ser que ella también está presente. Como si de alguna forma estuviera cantándole ahí mismo a su hermano. Quizás por ello, no falta el entusiasta que, guitarra en mano, comienza una cueca. Y la gente baila, y no hay llanto, y las palmas se elevan y vuelve la proclama: ¡Adiós antipoeta!¡Hasta siempre Nicanor!
Pero la despedida se interrumpe. Un hombre de camisa roja avanza hacia el ataúd. Él quiere despedir al antipoeta. Le golpea el cajón. Llora. Increpa al muerto: ¡Te moriste viejo! A todos nos engallaste con el “Voy y vuelvo”. Despierta. Despierta Nicanor. El hombre sigue así hasta que un monaguillo se le acerca. Pero, en un acto parriano el hombre arremete: ¿curita, me saca una foto junto al cajón de Nicanor? Y, pese a la sorpresa de todos, el sacerdote accede.
Luego, Catalina Parra, la hija mayor del poeta recuerda: “Nicanor era un tipo maravilloso, tremendamente sobrio, con un sentido del humor fabuloso. Tengo muchos recuerdos de él. Caminatas en Nueva York, visitas a exposiciones. Siempre fue muy estudioso también”. La conversación, sigue así:
– ¿Cómo cree que hay que recordar a Nicanor?
– Como el antipoeta. Él mismo se puso el título.
– Y, ¿qué cree que Nicanor hubiese dicho de esta despedida?
– Le habría encantado. Se habría reído mucho.
Afuera, sin embargo, una persona continúa esperando a Nicanor. No es parte de su familia. Sólo compartió con él unos pocos meses. Exactamente entre agosto de 2017 y enero 2018. Pero, pese a ello, lo recuerda con nostalgia. Se trata de Ruth Nicul, quien fue una de las últimas personas que lo cuidó en su casa de Las Cruces.
“Vengo a darle el último adiós a Nicanor. Yo quedé con un dolor muy grande, porque él me pidió, el día viernes, que le hiciera unas empanadas, pero no alcancé a hacérselas y ese es el dolor que tengo: Nicanor, perdone, porque me faltó tiempo para prepararle las empanadas que tanto le gustaban”, dice con los ojos empapados en lágrimas.
Y es que entre ellos, hubo más de una anécdota, más de un lazo. “A Nicanor no se le olvidaba nada. Se acordaba de todos sus poemas, de todos los viajes que había hecho por el mundo. Me nombraba escritores que yo no conocía y, a veces, también me hablaba en inglés, francés o griego. Claro que yo no entendía lo que me decía, pero luego él me explicaba. Lo último que me dijo fue ‘cuando remedio ya no haya’. Yo nunca me he aprendido esa canción, pero eso fue lo último que me dijo. Me quedó grabado. Nos dimos un abrazo. Y lo repitió: ‘cuando remedio ya no haya’”.
Este jueves el cuerpo de Nicanor fue llevado hasta la Región de Valparaíso, donde tras una misa privada en la Parroquia Nuestra Señora de la Asunción de la comuna de El Tabo, los restos del antipoeta fueron enterrados en su hogar de Las Cruces, como él mismo lo pidió. Ese será el último viaje del antipoeta.
Por Abril Becerra – vía Radio Universidad de Chile