Anotación del hastío

MATEADA

Me asomé al office, algo excitado por la falta de medicamentos, cansado y a la vez tenuemente con excitación, con la leve alegría, apagándose ya, de haber leído algunos pasajes de Vida de Poeta, de Robert Walser. Me encontré con los enfermeros, cansados quizás de tomar la temperatura y la presión, o simplemente de ser enfermeros. Le hablé a una de las enfermeras, invitándola a tomar mates, y me propuse la pequeña empresa de cebárselos. Había algunos enfermeros estudiantes, de segundo año, (lo supe porque les pregunté) que me llenaban de hastío y compasión; me recordaban al tiempo en que estudiaba, como un imbécil, y debía aprenderme a Piaget y Vigosky, inútilmente para aprender la psicología de los alumnos, a los que en un futuro les daría clase.

Recordaba el tiempo en que viví, a duras penas, en Rosario, en la habitación de la calle Mendoza y Roca, estudiando horas y horas, aun de madrugada, memorizando, a mate y masitas y mermelada, que después me enteré la hacían con restos de ignoro qué mierda. Me sentí mareado, incluso dopado de realidad o de ver a esos enfermeros estudiantes, tan ingenuos, repetir como loros, al Colo, un enfermero de primera, cómo se debía tomar el pulso o la presión. Los vi apiñados, tomando notas, creyendo que un título técnico los hará salvos de toda esta peste que nos oprime día a día y que nos enferma con cánceres.

Me ofrecí a cebar mates al grupo de enfermos estudiantes, y había una, particularmente, que demostraba simpatía y que creía, tal vez, que yo le cebaría mates incluso, supongo ahora, cuando estuviese en el baño. Me sentía abombado y asfixiado, incrédulo a los estudiantes y sus pequeños conocimientos, aprendidos en apuntes que, una vez recibidos, jamás repasarán. Me sentí desprotegido escuchándolos, humanamente abandonado; mientras ellos erigían su futuro en una tecnicatura de enfermería, yo estaba ahí como un estorbo. Inclusive le dije al Colo, repito, le dije: si molesto me voy. Me sentía una plaga invadiendo frutales, un agrotóxico. Cebé mates, y recordé a todos los inútiles como yo que, no teniendo nada qué hacer, ceban mates y de ese modo se ganan, poco o mucho, por un tiempo efímero, la gratitud del otro. Recordé al viejo que cebaba mates en el Centro Cultural del Zaragoza, en La Plata, y que contaba, una a una, sus experiencias políticas, su participación, acaso inclaudicable, en marchas contra genocidas. Me sentí un bobo de pura cepa. Entonces me predispuse a lo mejor que tenemos, o creemos tener: escuchar, que es como ver con los ojos cerrados. ¿Cómo se toma el pulso?, dijo el Colo y una mujer entrada en edad, comenzó a hablar, más que a hablar a balbucear, dudando, diciendo cosas que yo también sabía. Dijo que el pulso se toma en la arteria de la mano, y le agarró la mano a otra estudiante y dijo así así así, creyéndose invicta. La enfermera de turno estaba a mis espaldas y como yo, o peor que yo, observaba todo. Después el Colo dijo, ¿cómo sabemos el pulso exacto? Si viene equis médico y nos pregunta la frecuencia cardíaca, ¿cómo hacemos?, insistió. Entonces yo, de repente, como si nada, como una aparición repentina, sentí que podía morir de un paro cardíaco, y que moriría de la peor forma y que el médico equis me dejaría morir. Me abstraje y seguí cebando mate, recordando a cada inútil que ceba mate, y todos tomaban el mate y decían, me decían, “está rico” “está rico”, y yo pensaba “ya sé, no soy estúpido, me elogian para que siga cebando” y cebaba, y me sentía morir, pero disfrutaba de sentirme morir, porque me sentía un despojo y los despojos mueren, tarde o temprano, y después me acordé de que no había tomado la medicación y que había dormido menos horas. Sin medicación reina en mí el insomnio y la vigilia, siento que, poco o mucho, gano tiempo. Me daban nauseas, incluso vómitos, ver a los estudiantes de enfermería y por otro lado, admiraba al Colo que sabía, ignoro si de memoria, los nombres de las pulsaciones que ahora se me han desdibujado.

¿Vos sabés de lo que están hablando?, le pregunté irónico y adusto a la enfermera de turno. Me dijo que no con la cabeza, para que nadie, solo yo, se diese cuenta. No te vendría mal repasar, le dije en voz alta para ridiculizarla, pero de buena fe, porque sentí en ese momento que el conocimiento se ejerce en comunión, de a muchos, y que no nos viene mal saber de qué moriremos tarde o temprano. El Colo hablaba metódicamente, usando términos que jamás escuché y que jamás volveré a escuchar, después sentí que hablaban de la muerte así como así, como si hablasen de ir a cagar o a mear, y pensé cuánto podían resistir esos estudiantes, tan frágiles, viendo a diario personas agonizar, con enfermedades insólitas; porque, después de todo, un débil como yo, como ellos, pensaba, no puede ser enfermero, apenas puede con su salud mental y física, y ver a otro en sus últimos días es el horror, el pánico, la desventura de vivir, la desdicha de haber nacido. Y pensar que ahora, mientras escribo esto, rodeado de gente abnegada en otras computadoras o haciendo otras estupideces, como estudiar o fingir estudiar para un docente que nunca estudió, me digo, una vez más, rodeado de esto que es vida, que quizás sería mejor, o un poco más ameno, estar muerto. Estar muerto y a la vez vivo. Pero es imposible.

Por Bernabé De Vinsenci

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