Una joyita del Museo Gabriela Mistral de Vicuña: La visita a Montegrande en 1954
POETAS
“Gabriela Mistral llegó a la Región de Coquimbo el 25 de septiembre de 1954, acompañada por su secretaria Gilda Péndola y su compañera Doris Dana. Al día siguiente, comenzaron los homenajes preparados por las escuelas del Valle de Elqui. Las plazas públicas de Vicuña, Montegrande, Paihuano, El Tambo y Pisco Elqui se transformaron en escenarios para una fiesta que duró cinco días.
Los escolares habían esperado la llegada de la poeta para mostrar los bailes, rondas y desfiles que habían preparado durante meses con sus profesores. Las alumnas de la Escuela de Montegrande le regalaron un mantel con el diseño de las calles del pueblo que ellas mismas habían bordado. En agradecimiento, la poeta les regaló útiles, delantales, dulces y zapatos.
La Premio Nobel tenía sentimientos encontrados respecto a los homenajes y actos oficiales. En cartas dirigidas a la escritora argentina y editora de Tala, Victoria Ocampo, utilizó la palabra «organdí» (tela blanca que se usa para decorar uniformes escolares) para referirse a los largos homenajes que le ofrecían en las escuelas de Latinoamérica (Horan y Meyer 2007): «Hasta que me muera andaré atollada en organdí: el de todas las maestras que me cogen o que me escriben como a cosa propia» (Mistral 2007, 70).
Sin embargo, reconocía que los niños que participaban en los actos le generaban ternura y le hacían recordar a su sobrino Juan Miguel Godoy Mendoza, Yin Yin.
En 2014, el Museo Gabriela Mistral de Vicuña realizó el documental Vendré, olvidada o amada, tal como Dios me hizo…, que reconstruye la visita de la escritora a su tierra natal a partir de la memoria de quienes entonces eran niños. Aunque pocos conocían su obra y eran apenas conscientes de su importancia, sesenta años después aún conservan recuerdos muy vívidos.
LEGADO MISTRALIANO PARA LOS NIÑOS DE MONTEGRANDE
A pesar de la distancia, Gabriela Mistral mantuvo el contacto con Chile y su gente a lo largo de toda su carrera. Preocupada por la situación de los estudiantes rurales que debido a la falta de recursos desertaban del sistema escolar, la escritora hizo numerosas donaciones para los niños de Montegrande, que la directora de la escuela, Rosa Elena Rojas Mercado, le agradeció en una carta.
Mario Monardes, entonces alumno del establecimiento, recuerda lo mucho que agradeció los zapatos que le dio la escritora, pues al igual que otros niños, debía caminar diariamente más de cuatro kilómetros descalzo para asistir a clases. Según él, algunos estudiantes «ni siquiera se los querían colocar para no hacerlos tira» (Monardes 2014).
La escritora consideraba que la escolaridad de los niños del campo debía ser un imperativo para los Estados, no solo por una cuestión de equidad, sino también porque las escuelas rurales tenían fortalezas que les faltaban a las citadinas. Según ella, los establecimientos urbanos de América Latina enseñaban «inutilidades» y lanzaban a los estudiantes «con las manos torpes para todos los oficios»: «Ellos no aman, no pueden amar al maestro sin sentido de la vida que les robó la riqueza de la sangre en una sala de clase oscura y que les mató la alegría de vivir al no ponerlos en contacto con la tierra-madre» (Mistral 2008, 118).
Mistral no solo ayudó a los niños del Valle de Elqui, sino también a otros que eran afectados por contextos de violencia, como las víctimas de la Guerra Civil española, a quienes cedió los derechos de autor de su poemario Tala en 1938.
En su testamento, Gabriela Mistral estableció que el dinero que generara la venta de sus obras en América del Sur sería para los niños de Montegrande. El pago debía realizarse a la Orden de San Francisco, institución que asumió la administración de los derechos de autor a través del Fondo Franciscano Hermana Gabriela Mistral (Lennon 2007).
ÚLTIMO ACTO EN LA REGIÓN DE COQUIMBO
El 1 de octubre de 1954, Gabriela Mistral asistió a un evento de homenaje en el Estadio Municipal de La Serena, donde una niña de ocho años recitó un poema en su honor. Su nombre era María Victoria González Alfaro y estudiaba en la Escuela de Aplicación de la ciudad. La Premio Nobel se interesó por conocerla y la invitó esa misma tarde al hotel Francisco de Aguirre, donde se hospedaba.
La escolar acudió al encuentro y todavía recuerda la cercanía con que fue tratada: «Me tomaba las manos y me preguntó por qué yo escribía, cuándo escribía, qué era lo que más me motivaba, y me dijo: “¿Tú me puedes recitar tus poesías?” […]. Ella me escuchaba […], me miraba atentamente. Para mí no era la Gabriela Mistral que yo veía en los textos escolares o fotografías, esa señora seria […]. Me decía: “Tú tienes que perseverar, deberías andar con un cuadernito y cuando tengas el deseo de escribir entonces tú al tiro escribes y luego corriges, si tú quieres”» (González 2014).
Gabriela Mistral incentivó a la niña a seguir escribiendo, guiada por su concepción de la labor docente y su visión sobre la educación de las mujeres que, a su juicio, debían contar con un currículo de enseñanza amplio que abordara cuestiones fundamentales del ser humano, como la justicia social, en lugar de recibir solo cursos de labores hogareñas”.