Pandemia

EDITORIAL

Hace rato que el mundo está a merced de fuerzas “invisibles y poderosas” que golpean nuestras vidas cotidianas a su antojo. Hoy, es una nueva pandemia, el coronavirus, que está matando a miles y que obliga a la gente a encerrarse en sus casas, en cuarentena, como única estrategia preventiva posible, implementándose de esta forma un inédito “toque de queda global”.

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Como primer efecto, a los pocos días, empiezan a circular por las redes sociales fotos de distintas ciudades con sus avenidas y plazas totalmente vacías. También, imágenes satelitales que muestran una drástica disminución de la contaminación en China y otros lugares. Y hacia el final del día, una serie de videos nos mostró, en Italia, a los vecinos improvisando alegres orquestas musicales desde los balcones de sus edificios, sobrellevando así el aislamiento.

El planeta parece respirar. Sin nosotros, parece respirar. Pero mientras varios países reportan una disminución de las emisiones de gases de efecto invernadero, en el tercer mundo, gran parte de la población sigue formando aglomeraciones en el transporte público desafiando la pandemia que se convierte, en esos países, en una curva letal de aumento de casos, al ser un jaque mate para la mayoría que sobrevive el día a día, en una nueva comprobación del despojo capitalista que ha destruido la salud pública y los derechos laborales y sociales, en pos del mercado y el mundo privado.

Porque ‘quedarse en casa es un privilegio de clase’, dice un lienzo colgado en alguna ciudad de Argentina. Mientras, en Francia, su presidente aprovecha el punto y dice en cadena nacional que la epidemia demostró que el “estado de bienestar” de ese país era una inversión y no una carga, como señalaban los salvajes defensores del libre mercado, cuya ortodoxia impera en Chile y lo tienen, tristemente, como uno de los países con mayor alza de casos, y con uno de los horizontes más negros respecto a la pandemia, al tener prácticamente desmantelado su sistema de salud público.

Las proyecciones oficiales hablan de miles de muertos, ancianos en su mayoría. Las redes sociales dan a conocer cientos de teorías conspirativas sobre el control de la población, y otros tantos advierten la situación como una nueva manifestación del capitalismo del desastre o doctrina del shock. En Chile, en específico, la epidemia diluyó la masiva protesta social contra las políticas neoliberales que, como una macabra paradoja, con su regla de disminuir al máximo la acción del Estado, tienen ahora a su población desprotegida y a merced de un virus mortal y sin vacuna a la vista.

Por ello, la lección más próxima que deberíamos sacar de esta tragedia es no volver a dejar jamás nuestra salud en manos del mercado. Tampoco se puede permitir que, por cuidar su salud y la de su familia, una persona trabajadora deje de percibir sus ingresos. Se debe contar sí o sí con un sistema de seguridad social que considere todas las realidades laborales de la población. En palabras simples: necesitamos un país solidario, no competitivo, que imponga siempre el bien común por sobre el interés económico de la élite minoritaria. Y eso ya sabemos como lograrlo: votando a favor de una nueva Constitución para Chile. ¿Qué más nos falta para darnos cuenta?

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