Sensación de encierro
POSTEO
Me cuesta pensar en lo que más extraño del antes. Podría asegurar que no es lo material o lo paisajístico lo que me hace más ausencia. Son las sensaciones las que me empiezan a faltar. Una brisa en el borde de una playa, por ejemplo. La Caleta Portales o las Torpederas. Ese viento que existe ahí, bajo el sol, y que ahora no tenemos, significa algo.
Me dirán que lo mismo pasa con otros lugares. Bares, ferias, mercados, miradores, museos, avenidas, paseos, viajes en tren, visitas a otras ciudades y paisajes. Pero como yo me focalizo en las sensaciones, atisbo en todas esas locaciones la sensación del movimiento. Podemos viajar con la mente, claro está, pero el equilibrio perfecto del ritmo ha sido interrumpido por la pandemia y la sensación de moverse, de decidir cuando y adonde, por tal o cual calle, es lo que falta, más que la calle misma ante nuestros ojos.
La sensación de recorrer. El escritor por ejemplo, necesita observar incluso más que leer. Porque en el fondo se requiere de esa sensación de querer llegar, la sensación de sorpresa, de incredulidad. La sensación de que algo lindo va a pasar, o que aquel día tan especial por fin se acerca. Ante la detención foribunda de ese calendario personal quedamos trastocados, trancados, con un gesto medio patético, como mirando la vitrina de una tienda cerrada.
Muchos ya llevan dos meses de encierro en cuarentena. A lo mejor en el futuro ese tiempo nos parecerá ridículo, ínfimo. Puedo equivocarme. Lo cierto es que la ausencia de ciertas sensaciones están cambiando mi espíritu con alcances que no puedo dimensionar por ahora, más allá de lo sombrío e incierto del momento actual. Lo que me ha sido ajeno, ajeno se mantiene. Burocracia, autoridades y decretos supremos. Y lo que me ha sido propio, inefable, sensacional, me falta más que nunca.