Poesía & pandemia: Una entrevista con el escritor Fabián Burgos
LITERADURA
«Creo en la reencarnación porque arrastro un cansancio de siglos» es el nombre del volumen donde el poeta Fabián Burgos (Santiago, 1987) reunió gran parte de sus textos publicados, en formato plaquette, entre los años 2014 y 2019, junto a algunos inéditos.
Se trata de una edición conjunta de las editoriales Askasis y Periféricas, la cual alcanzó a ser presentada en el encuentro de escritores Letras en la Arena, realizado en Caleta Horcón, el último verano. De ahí, vino la pandemia y la suspensión del lanzamiento programado en Santiago.
De eso, y mucho más, conversamos largamente con Fabián Burgos, entrevista que compartimos a continuación.
Ibas a presentar tu libro en abril, pero llegó la pandemia. Hace unos años, en Valparaíso, el día del lanzamiento de otro libro tuyo, hubo un cuasi terremoto en la ciudad. ¿Cómo interpretas estas coincidencias?
No creo en ese tipo de coincidencias. A pesar de haber publicado pocos libros los he presentado muchas veces -la mayoría con el objetivo de generar un poco de plata extra que me ayude a cubrir el mes-, que aparte del cuasi terremoto y la pandemia me ha tocado tormenta eléctrica, lugares donde no ha llegado nadie o donde sí, pero no han escuchado, he presentado en la esquina del barrio de infancia vendiéndola de consciente pero con la única intención de que pueda ir mi papá, me han invitado a presentar en ferias donde finalmente olvidan ponerme en la programación, he vendido todo así como he regalado o hasta quemado todo. Al final esas anécdotas no son más que otro número encadenado a nada.
Lo que pasa es que a muchos les gusta pensar que cosas extrañas ocurren cuando nos reunimos en torno a la poesía, pero son sólo datos que intentan darle un toque medianamente místico, medianamente mágico a cuestiones que son tan cotidianas como cualquier otra, darle algo de sentido. Los que se reúnen en torno al fútbol cuentan cosas similares, así como los que se reúnen en torno a los juegos de rol o en torno al cine. Nos cuesta asumir que la mayoría de las cosas se hacen porque sí y listo, sin ninguna metafísica, sin ninguna relevancia más que darnos significado. A lo más esas coincidencias pueden funcionar como un bastión creativo interesante, pero vacío.
Recuerdo haber escrito mucho tiempo, haber estado muy adherido a la idea de que la mayoría de los lugares que había habitado durante la adolescencia e infancia desaparecieron. Las lógicas de la población, las reuniones en la esquina o en la costanera, el club deportivo, las fiestas en la casa del vecino, los pasajes llenos de niños jugando, todo había sido devastado por la manera neoliberal de entender las cosas. El colegio en el que fui la vida entera en Estación Central, fue demolido para construir guetos verticales, la universidad donde estudié quebró y también fue demolida, alguna relación debía existir entre todas estas desapariciones y lo que yo era, pero a la larga te vas dando cuenta que lo que ahí está implícito es sólo un ejercicio creativo, el intento de encontrarte y darle significado a lo que eres, a la enfermedad, al trauma, a lo ingenuo, iluso o mala persona que sin querer puedes llegar a ser. Cuando en el fondo lo que está pasando es que uno se está inventando, lo que quizás sea el único valor real de la escritura, otra ficción.
Entonces, cada vez desisto más de esa idea de intentar darle significado a las coincidencias, de intentar darle significado a todo, de intentar darle explicación a cualquier asunto que escapa de nuestro control, a nuestra sistematización. A veces es necesaria también, la posibilidad de poder concebir, de poder tolerar un mundo donde las cosas simplemente pasan.
¿Cómo se enfrenta una pandemia cuando se arrastra un cansancio de siglos en la espalda?
La pandemia se ha portado relativamente bien con las personas que hemos tenido la posibilidad de estar encerradas. Trabajo lo justo, la plata no sobra, pero se vive, pido que la mayor cantidad de cosas lleguen a la casa, cuestiones que no se diferencian mucho de la manera que he tenido de habitar los últimos años. Desde niño que he tambaleado entre el trastorno de ansiedad y el trastorno de angustia y siento que como nunca antes esto se ha controlado.
Aunque por otra parte la abulia también se me presenta de una manera que no se me había presentado, no he realizado ninguna de las actividades que se suponían entregaban un poco de sentido, ni leer, ni escribir. Con suerte contesto los mensajes y los correos, raramente le escribo a mis amigos, hace un tiempo un chico me contactó para que lo ayudara a editar unos poemas de manera remunerada y no fui capaz, grabo de vez en cuando algunas clases para mis estudiantes con la memoria de quien lleva diez años como profesor, nada de preparar o repasar los contenidos, asisto a las reuniones laborales de zoom con la mente en blanco y esto no tiene nada que ver con un colapso o con que ya no soporto lo que está pasando. Siento una pena leve, pero cuando digo leve no me refiero a poca, sino a que no me descontrola como lo ha hecho siempre.
Tengo un papá con una enfermedad pulmonar crónica y una abuela que en medio de la pandemia tuvo un accidente debido a una falla renal, ya hace un rato que comienzan a llegar las noticias de los contagiados, de fallecidos cada vez más cercanos, cada vez disminuye el grado de separación por parentesco, se empieza a notar el hambre, veo un sistema inoperante como todos los sistemas frente a la incertidumbre, se ven los paranoicos de siempre que acusan de conspiración a cualquier cosa que escape a su capacidad de darle orden, otro montón jurando que pasada la pandemia saldrán siendo mejores personas de lo que eran. Me miro, transito mi historia y todo me indica que debiese estar desesperado, pero no lo estoy. Me miro, transito mi historia y todo me indica que debiese sentir una rabia incontenible, pero no la siento.
Ahí debo respirar hondo para no confundirme, no es una suerte de paz interna ni nada de ese balbuceo que tanto le gusta presumir a los que están más trizados que nadie, tampoco el estado de contemplación de esos que se creen fuera del mundo sin siquiera haberse quitado de los pies el barro. Siento que nací viejo, sólo viejo, así a secas, sin nada de esa particular y falsa sabiduría que se le atribuye a los años. Mi papá tenía más de cincuenta cuando con mi mamá me tuvieron, un papá-abuelo, del cual siento que, de alguna manera, sus años se sumaron a los míos. Como de los siete ya le hacía a mi mamá comentarios incómodos respecto a lo mucho que me preocupaba la muerte, desde los nueve comencé a tener las primeras crisis de angustia, cuando la salud pública te mandaba para la casa sin ningún diagnóstico más que decir a los papás que el niño tenía miedo de alguna cosa que contaría llegado el momento.
Suena sumamente cliché, pero de alguna forma por eso un buen rato viví como si fuera a morir mañana, ahora estoy cansado. A eso le atribuyo un poco esta pasividad consciente, este aburrimiento sin causa, esta constancia agotadora de pensar en los muertos, pero no en la muerte. Un pequeño miedo a esa fragilidad y a lo abrumadoramente fácil que a veces se te presentan las cosas en medio de la catástrofe.
Al parecer tenemos pandemia para rato. ¿Cómo te imaginas el mundo, desde la poesía, con sus nuevas condiciones de: distanciamiento social, encierro, fin de las multitudes?
Se me hace difícil responder la pregunta, porque, por una parte, es cómo me imagino el mundo con sus nuevas condiciones, eso lo podría responder a partir de un par de ideas que tengo, el “desde la poesía” me provoca ruido. No es lo mismo a que si me preguntaras “desde la historia” o “desde la sociología”, pero quizás simplemente sea porque a pesar de los años no entiendo bien eso de referirme a las cosas “desde la poesía” si no es a partir de una concepción casi romántica del asunto. ¿Qué es pensar o imaginar cómo poeta? Escribo poemas, he publicado libros de poesía, asumo que por lo tanto soy poeta, es más, incluso lo digo cuando me lo preguntan ya ni siquiera sintiendo el pudor de antes. Por lo tanto: ¿Cualquier respuesta que imagine o piense es una respuesta “desde la poesía” o debería ir intercalando figuras literarias entre las aseveraciones, por ejemplo; El mundo no será muy distinto a lo que han sido mis cumpleaños de día domingo los primeros días de febrero?
Siempre que leo o escucho entrevistas a escritores y hacen este tipo de preguntas, intento rastrear en sus respuestas cuál vendría siendo la tónica y a decir verdad nunca he dado con la clave. Así que, para hacerle el quite a esta limitación comprensiva, creo que es mejor responder a dos cuestiones: por una parte, qué imagino que ocurrirá con el mundo con sus nuevas condiciones y por otra, intentar añadir mi visión respecto al mundo de la poesía en particular, desde estas nuevas condiciones.
La primera es sumamente compleja y aprovecho la oportunidad para referirme a otras cuestiones, compleja porque la comprensión de las cosas siempre llega tarde, llega después y es ahí cuando nos partimos la cabeza intentando explicar en qué fallamos ¿Qué ha sido la historia sino un constante error en las interpretaciones de la realidad, bajo la lógica de que sí existiría una correcta manera de interpretarla?
Ahora mismo, que vivimos en un Sistema, en un gobierno que evidentemente, que por ideología piensa que es más importante salvar la economía que salvar la vida de las personas o que salvando la economía salva también lo otro y con este objetivo de fondo ha dirigido gran parte de sus acciones, o sea, ha creído entender cómo hacerlo y no le ha resultado, por lo tanto ha tenido que ocultar cifras, ha tenido que reformular sus estrategias casi a diario, en busca de una fórmula apta que permita conseguir lo que se propone. A lo que evidentemente nosotros, los que estamos fuera, los que no creemos en sus lógicas de interpretar y enfrentarse a la realidad de la pandemia, hemos respondido cuestionando, criticando cada una de sus acciones, aludiendo a que nosotros por alguna mágica razón sí sabemos la estrategia correcta y está bien que lo hagamos.
Y quizás llegará un momento donde el gobierno de turno no salve ni la vida de las personas ni a la economía y habrá otros gobiernos que sí nos representan, que desde siempre se plantearon que era más importante salvar las vidas que la economía y tampoco salvarán plenamente ninguna y a los que sobrevivamos sólo nos quedará aquella satisfacción ética de decir “pero al menos ellos sí se preocuparon de sus ciudadanos”. Y quizás, posteriormente veremos países que tomaron las mismas medidas o aún más nefastas que nuestros gobernantes y, aun así, se masificará la idea de que gracias a estas medidas salieron victoriosos, mientras que de seguro buena parte de sus habitantes pensará que esa victoria no fue tal.
Luego pasaremos generaciones intentando dilucidar cuáles fueron las variables que no alcanzamos a ver en su momento y nos volveremos a lamentar por los límites de la inteligencia humana, por todo aquello que nuestra precariedad intelectual no pudo comprender cuando era necesario. Es triste, pero sin estas cuestiones todo sería absolutamente estático y justamente esa pasividad es la mayor derrota como especie.
Respecto a la pregunta de fondo, es irónico que se llegue de esta forma tan repentina a una cuestión a la que al parecer veníamos aspirando hace rato, pero que al mismo tiempo se venía tensionando fuertemente desde los movimientos sociales. La completa virtualidad de la vida, el completo dominio de las imágenes, la completa falsificación de la identidad, la confusión constante entre el egoísmo y la soledad, frente a lo bonito de ese “volver a querernos”, ese recuperar los espacios, ese ser honestos con lo que somos, con lo que sentimos y con lo que nos pasa, entender que necesitamos del otro para generar mejores condiciones de existencia para todos.
Personalmente, me gusta imaginar un mundo que más que encontrar una comodidad en esta virtualidad que antes era voluntaria y agradable, pero que ahora nos asfixia y es obligatoria, espero que este confinamiento haga mucho más evidentes, mucho más transparentes las existencias precarias, limitadas, enajenadas que van de la mano junto a estas aspiraciones y a la vuelta de la pandemia sea obvia la urgencia de habitar un mundo en donde nos necesitamos y complementamos entre todos, donde nadie es menos, ni nadie sobra. Pero eso es eso no más, lo que me gusta imaginar.
En relación al mundo de la poesía lo mismo, porque lo que hace un poeta confinado no dista mucho de lo que hace cualquier otra persona, que como uno, tiene la posibilidad de seguir vinculado a las cosas mediante la hiperconectividad, sólo que esa virtualidad, esa falsificación de la identidad, esa ansiedad de mostrarse va mediada por el poema, algo que se presume más puro y profundo que la desagradable superficialidad de la gente a pie a las cuales les removeremos las consciencias a punta de versos. Pero esa profundidad, esa pureza es también rápidamente absorbida por los mismos dispositivos, que finalmente, queriendo o no, nos sumergen a todos. Intento confiar en que los poetas, por ciertas características que no vienen al caso, tienen la capacidad de entender estas cuestiones un poquito antes.
¿Cómo enfrenta un poeta como tú, que publica libros en papel, el mundo virtual, las redes sociales?
Las redes sociales son un dispositivo, una herramienta, refiriéndome exclusivamente a Facebook que es la que uso, un contexto donde todo puede ser chistoso. No me las puedo tomar con seriedad, comparto cuando presento un libro, cuando me invitan a leer o cuando hago una venta en verde, pero hasta ahí. No me interesa construir una identidad en relación con lo que en verdad pienso, de hecho, me da un poco de pudor leer a los que sí lo hacen, independiente de lo interesantes que puedan ser sus discursos, pero esa cuestión debe tener que ver conmigo.
Al fin de cuentas las redes son una suerte de feudo medieval que llega hasta donde llegan tus propios intereses, la proyección de una imagen y entendiendo esa irrelevancia no me interesa, me da vergüenza aquella sobreexposición. Por lo tanto, tampoco puedo tomarme enserio a los que intentan hacer carrera en redes, scrollear en el Facebook es leer un chiste que no termina nunca, por eso el afiche de la Cata de libros de mi biblioteca de Warnken da la risa que quizás no daría si estuviera pegado en el diario mural de la UDP. Fíjate que para los quinceañeros y veinteañeros es obvio que Facebook es para compartir memes e Instagram para pelarse, se ingresa predispuesto a que todo es chiste, por eso un “me divierte” puede tener mayor peso que un argumento y los viejos caen rápidamente en estas ficciones.
Es rara la seriedad con la que se toman las redes, no la entiendo. De hecho, varios me han dicho que, si quisiera tener más lectores de mi trabajo literario, debería mi vida estar más acorde con lo que escribo, pero claro que lo está, con lo que no está acorde es con la imagen que proyecto y eso es otra cuestión. Creo que mis poemas más populares son estados de Facebook riéndome de alguien.
Recuerdo que cuando recién comencé a transitar el mundo de la poesía, éramos chicos y con varios amigos armamos un colectivo, era justo el tiempo de la transición a Facebook y mandarle una solicitud de amistad a un poeta que considerábamos importante era el medio sufrimiento interno, ese atreverse. Organizábamos eventos literarios, nos conseguíamos los correos electrónicos de los y las poetas, con hartos más años que nosotros, que de alguna forma alguien del colectivo admiraba y queríamos invitar. Era todo un tema ponernos de acuerdo para decidir quién sería el encargado de escribirle a cada uno, porque daba vergüenza, teníamos miedo de no ser lo suficiente formales o tener alguna falta de ortografía.
Luego todo esto se terminó, porque se normalizó que todos aceptaran las solicitudes de amistad de todos, un arma de doble filo, porque muchos buscando gente que les demostrara devoción, terminaban dejándonos acceder a darnos cuenta que eran igual de tontos que uno nomás, que opinaban puras leseras, creían idioteces, se desbordaban por cualquier cosa, por ejemplo las peleas entre escritores en redes de las cuales hay muchas notables, otros que hacían puros comentarios desatinados, otros que compartían las imágenes que compartiría la tía del sur que tiene un poster de Marco Antonio Solis pensando que es Jesús o reclamando contra los algoritmos, de que sus profundas e interesantes opiniones no llegan a toda la gente que deberían llegar o declarando que no permitirán que Facebook pueda acceder a su información personal, escritores connotados en teoría y eso terminó haciendo la cuestión mucho más horizontal sin que quisieran, eso de decir que está bien llegó después, ahora ya no sólo hablábamos de la poesía de estos próceres sino que además de las idioteces que decían.
Por lo mismo hoy en día son súper pocos y pocas a los que uno les tiene respeto. Ahora a los cabros más jóvenes les importa una raja, se invitan entre ellos y si es que llegan a invitar a otra persona le mandan un mensaje interno por Facebook, imperativo y lleno de X, K y era, si dice que no, da lo mismo y está tan bien. En ese sentido las redes democratizaron el acceso a saber que el otro es igual de estúpido que cualquiera. Imagínate estar revisando Facebook y encontrarte con un estado del tipo “no se deberían cerrar las librerías por la pandemia, porque los libros son artículos de primera necesidad”, es solo un ejemplo, pero está lleno y es gracioso porque es exagerado, evidencia la necesidad desesperada de ser considerado inteligente y que ojalá alguien te lo diga, no dista mucho de las mega contorsiones para sacarse fotos y te digan que eres bonito o bonita, funciona bajo la misma lógica.
¿No te pasa que cuando uno nota este esfuerzo desmedido por proyectar una imagen de escritor, intelectual, profundo y serio, es como si automáticamente se transformara en chiste? El punto es que al final en esta mutua alabanza de lo ridículo terminan armando tertulias, festivales, se invitan a lugares, viajan. Como cuando de chico te juntabas con la comunidad de un juego online ñoñísimo, mientras todos a tu alrededor reían, pero no importaba, porque ninguna risa podría opacar lo popular que podías ser en éstos círculos porque a tu personaje le compraste la mejor armadura que existía en el juego. Ese es el dominio de las imágenes y la falsificación de la identidad de la que te hablaba antes y hay muchos que son súper conscientes de esta cuestión, pero les resulta sumamente cómodo habitar estos espacios. Y no, la risa no abunda en la boca de los tontos.
Me cuesta creerles a esos, que, por ejemplo, dicen que el boom de las noticias falsas se debe casi a una gran conspiración de desinformación masiva a la ciudadanía, las fakenews nacen de la mera satisfacción de ver a alguien que ha construido una imagen en redes de profundo e inteligente, compartirla. Claro, la cuestión se ha descontrolado. Lo mismo pasa con los que comparten entrevistas que no leyeron o lamentan la muerte de artistas o intelectuales que murieron hace harto tiempo como si hubiera sido recién, sólo porque no fueron capaces de abrir el link para mirar la fecha. En la página web del diario “El País”, aún existe una noticia colgada desde el 5 de noviembre de 1995, anunciando la muerte de Gilles Deleuze, todos los 5 de noviembre espero ansioso a que alguien la comparta.
Ante estas apreciaciones, no creo que sea necesario profundizar más en torno a lo que pienso respecto a la difusión del trabajo literario por redes, tampoco escapa mucho de las mismas lógicas que te vengo contando. Si somos lo suficientemente hábiles no es muy complejo dar con las conexiones precisas que puedan transformar lo que haces en algo interesante para algunas personas, no es extraño encontrarte con links que te llevan a revisar los poemas de Escritores contemporáneos fundamentales o cualquier otro pomposo epíteto, existen por montón, y que al leerlos te das cuenta que es puro lobby, amiguismo y hasta joteo de las y los editores, esas cuestiones no me interesan. Prefiero hacerme un tecito y acostarme.
¿Crees que con esta pandemia se viene la transición definitiva del libro de papel al libro virtual?
Nunca, creo que se lo escuché a Bolaño en alguna entrevista. Los libros son como las láminas del álbum, uno los colecciona y cuando das con uno raro te desesperas, te emocionas, en mi caso, cuando era lector, eso era más de la mitad del placer de la lectura, encontrarte con el libro. En cambio, el libro virtual es la falsificación que encontrabas en el persa teniente Cruz y más encima te duelen los ojos. Pasada la pandemia existirán más relecturas que lecturas, con esto me refiero a que la gente tomará los libros que ya tiene, no comprará libros virtuales. De hecho, uno accede a los libros digitalizados porque no ha podido encontrarlo en papel por antiguos o por caros, también uno va al libro virtual cuando es el libro de algún amigo o amiga que te envió con cariño, esperando que le digas algo. Al menos en mi caso es hasta ahí su alcance. A lo más un mercado súper snob para quienes les gusta caminar con su Kindle por Lastarria.
¿Hay alguna anécdota que te haya pasado a ti, o que te hayan contado, o que hayas leído, que refleje en forma particular el actual momento?
No creo que “anécdota” sea la palabra, la mayoría de los relatos que he escuchado o leído han sido más bien trágicos. En mi caso, por ejemplo, hace ya dos años que vivo y trabajo en el centro de Santiago, anteriormente siempre viví con mi familia, con mi papá, mi mamá antes de que falleciera, mi abuela a media cuadra y mi hermana que ha vivido en distintas partes, pero hasta hace poco trabajó en el hospital de la esquina de la casa de mis papás. De hecho, creo que nunca había estado más de un mes sin verlos. Bueno, como ahora vivo y trabajo en Santiago centro la cuarentena total me llegó de los primeros y es probable que termine de los últimos. Como mi papá y mi abuela son de alto riesgo decidí quedarme acá y cumplir con el encierro de la mejor manera posible, en un obvio estado de angustia y semi paranoia. En esto y como te contaba antes, mi abuelita, estando sola en su casa, tuvo una falla renal y una fuerte caída como consecuencia, quedó en cama y con mi hermana tuvimos que organizarnos para cuidarla, en la urgencia tuve que ir sin salvoconducto a verla y a pocas cuadras de llegar me pararon los milicos, no sé qué cara habré tenido, pero libré.
Luego de un par de semanas cuidándola el gobierno anunció que se venía la etapa más complicada del virus, así que hablé con mi hermana para que se encargara ella junto a su pareja mientas esta cuestión pasaba. Hace poco, producto de lo débil que estaba tuvo otra caída, se rompió la cadera y quedó internada a la espera de una operación con el riesgo vital propio de sus años y de las enfermedades que arrastra, mucho. Una espera que se extiende entre ocho y diez días, sin poder recibir visitas, sin poder llamarla, sin poder pedir información, una desconexión absoluta. Las últimas veces que hablé con ella, por teléfono, antes de este segundo accidente, me decía que encontraba que estaba bien que no fuera a verla.
Imagínate todo lo que uno se cuestiona, cada una de las decisiones que tomaste, lo que también es una de las tónicas de lo complejo que ha sido controlar la pandemia. No sólo la poca credibilidad del gobierno, que desde octubre se esfuerza cada día en que la ciudadanía le vaya perdiendo cada vez más el respeto, no sólo lo difícil que es parar la olla día a día para tantas familias, no sólo la cultura del consumo que lleva a tantos, a que no les importe contagiarse ni contagiar con tal de obtener cada cuestión que se les ocurre, sino también, e imagino que es muy latinoamericano, los fuertes vínculos que tenemos con los viejos, en descenso, pero sigue allí, las familias se reúnen y constituyen en torno a estos ídolos y es una práctica sumamente complicada de erradicar en la emergencia.
Fíjate que algunos de los países que se presuponen de los más exitosos ante la pandemia, son países sumamente individualistas y con sólidos Estados de bienestar, el encierro es sólo para los de riesgo mientras el Estado se hace responsable de ellos, el resto sigue haciendo su vida con toda normalidad, trabaja, va a los bares, a los cafés, se reúnen y ni siquiera se les pasa por la cabeza la idea de ir a ver a los confinados, porque nunca se les ha pasado por la cabeza no más, son independientes desde chicos.
En cambio, nosotros vivimos en esa tensión, se nos hace sumamente difícil no verlos, nuestra salud emocional se destruye. Yo mismo en este momento, cuestionando si realmente encerrándome hice lo mejor, porque cuando te encierras también lo haces proyectando la culpa que llegarías a sentir si contagias a alguien que quieres, pero por otra parte se me presenta esta situación y también comienzo a vislumbrar una culpa que podría llevar de por vida. Luego sales a la calle pensando en que te encontrarás con el desierto, pero todo está lleno y al parecer el único cambio es que los restaurantes no tienen mesas y quizás toda esta respuesta no sea sino una forma de excusarme, y quizás toda esta entrevista no sea sino una forma de excusarme, como si cada vez que uno intenta obedecer, algo saliera mal. Me imagino que es una situación a la que se están enfrentando muchos.
¿Cuántos días llevas en cuarentena?
Todos los años que he podido.
Por último, ¿qué lecturas recomendarías a nuestros lectores para resistir la pandemia?
Como te decía anteriormente, no he leído nada durante la pandemia. Sería cínico de mi parte recomendar lecturas para resistir cuando ni siquiera he sido capaz de revisar los diarios. Lo que sí, tengo la promesa, aquellos libros sobre el escritorio que uno se propone a leer de forma ordenada y sistemática, pero termina haciéndolo nunca. Los reviso, claro, pero esporádica y aleatoriamente, casi como los Pan de Vida de los canutos, una frasecita, un par de párrafos y sería. Supongo que hay veces que la realidad es más densa que cualquier libro y te deja paralizado, ahí te quedaste mirando el techo por horas nomás.
Entonces, para decir algo, supongo que contaré cuáles son estos libros: “Historia y filosofía de la ciencia” de L.W.H. Hull, “Obras escogidas” de Marx y Engels, “La conexión cósmica” de Carl Sagan, “El paraíso perdido” de John Milton, “El libro rojo” de Carl Jung, “Tratados” de Hipócrates, “El sistema del mundo” de Isaac Newton y “El arte de ser feliz” de Arthur Schopenhauer.