Choper
SOTAVENTO
Vivo con un gato que es un cazador implacable. El mejor que he conocido. Astuto, paciente y absolutamente voraz. Se come todo lo que agarra. Desde un principio me llamó la atención. Al irlo observando en sus escenas salvajes en el patio de la casa que compartimos, me fui dando cuenta que la caza lo excita de sobremanera. Su predilección son las ratas. Lo primero que hace al cazar alguna es ponerse a jugar como el cachorro que ya no es -tiene casi cuatro años-. Con la presa viva en la boca, se ubica en un extremo del patio y la suelta. La rata corre desesperada, buscando su salvación entre unas tablas amontonadas que están al otro lado. Entonces él inicia su danza. La danza de la muerte. Con la vista fija en el animal que escapa, salta como un resorte y lo vuelve a cazar; lo toma con el hocico y luego, en el aire, da unas extrañas piruetas para caer rodando por el suelo y darse más vueltas pasándose la presa entre las garras, los colmillos y el pecho. Así, un buen rato. Después, cuando ya la tiene cansada y lenta, la rodea por alguno de los flancos para caerle por el costado, como si fuera un león del Serengeti colgándose de la garganta de un búfalo.
Pueden pasar horas de este ritual, manteniendo a la presa con vida solo para divertirse con ella. Una tortura brutal para nuestros parámetros humanos. Una delicia para los sentidos, pienso, para un felino cazador y depredador como él.
No hay indicio que permita adivinar el momento final. La última carga, siempre brutal. La deja “escapar” por última vez, le vuelve a caer encima, pero ahora se escucha un sonido seco de huesos triturándose y el chillido de la rata apagándose en un segundo. Ahí él parece enloquecer: la arroja del hocico con fuerza hacia el suelo, le pega con ambas patas, y luego empieza a partirla con los dientes y la devora a placer, dejando solo la cola. Su expresión en ese momento es el éxtasis total, el delirio incomprensible de la materia reagrupándose con un salvajismo que conmueve pero que habita en todos nosotros, latente, como un volcán dormido.